En una guerra convencional, si un lado tiene tanques, cazas, submarinos y armas similares, mientras que el otro lado no las tiene, ¿quién gana? La respuesta es obvia.
En una guerra no convencional, si un lado tiene terroristas suicidas, licencia para secuestrar, torturar y violar las leyes de la guerra mientras que el otro lado debe abstenerse de desplegar semejantes armas y debe seguir todas las reglas, ¿quién gana? La respuesta, me temo, puede ser igualmente obvia.
Estados Unidos está luchando ahora lo que se llama una “guerra asimétrica”, un conflicto en el que los dos lados luchan de formas distintas y usando diferentes armas.
Los ataques del 11 de Septiembre de 2001 fueron un libro de texto sobre la guerra asimétrica. Una organización terrorista secuestra aviones de pasajeros y los usa para causar más muertes en territorio americano que cualquier enemigo extranjero alguna vez había inflingido. Pero éste no fue el primer ataque de esta naturaleza que Estados Unidos había sufrido. En 1979, la embajada americana en Teherán fue ocupada y sus diplomáticos se convirtieron en rehenes. Los revolucionarios islamistas militantes apostaron, correctamente, que Estados Unidos no respondería de igual forma, ni siquiera de forma decidida.
4 años después, los mulás iraníes indujeron a Hizbolá, grupo terrorista que ellos controlaban, para que cometiese un atentado suicida contra las barracas de los marines americanos en Beirut – confiados nuevamente en que Estados Unidos no usaría esas tácticas contra ellos o que no encontraría en su arsenal ningún arma con la que los pudiese castigar con efectividad.
Los atentados suicidas que ahora se llevan a cabo en Irak, son también guerra asimétrica. Estas masacres tan frecuentes no sólo asustan e intimidan, también demuestran la incapacidad de las autoridades iraquíes y de sus defensores americanos para proteger a los inocentes. Cuanto más dramático y letal sea el atentado, más minará la confianza en la posibilidad de establecer un gobierno iraquí que sirva al pueblo en lugar de que sea el amo del pueblo.
La guerra asimétrica podría ser menos efectiva si atentar contra mujeres y niños, decapitar a voluntarios y usar a civiles como escudos evocara una amplia indignación y revulsión pública, si trajera vergüenza y menosprecio para los que cometen semejantes actos y sobre las causas que aducen defender.
Pero, por el contrario, la tendencia ha sido legitimar las tácticas usadas contra Occidente y ser indulgentes con los que las usan. La masacre de civiles, quemar iglesias y hasta mezquitas ya no despierta protestas en ningún sitio. Ni siquiera ha habido una respuesta seria por parte de la ONU, cortes internacionales o destacadas organizaciones de derechos humanos.
Contrariamente, lo que se alega como violaciones americanas de leyes internacionales son una fuente constante de controversia mediática y de protesta pública. La publicación de las caricaturas del profeta Mahoma en un periódico danés desató disturbios en media docena de capitales del mundo al igual que amenazas de muerte contra los caricaturistas y contra aquellos que se atrevieran a publicarlas.
Muchas organizaciones de prensa occidentales – por sólo poner un ejemplo, el servicio de noticias de Reuters – se niega a emitir juicios sobre los que están dispuestos a asesinar civiles. En su lugar, afirman que “Lo que para uno es un terrorista, para otro es un luchador por la libertad”.
El grado en el que la opinión elitista occidental ha interiorizado semejantes opiniones estuvo prominentemente a la vista en la presentación de los premios de la Academia este fin de semana. Nominada como mejor película extranjera estaba “Paradise now”, película que explícitamente justifica los atentados suicidas.
También estaba nominada “Syriana”, que le echa la culpa del conflicto global actualmente en proceso, no al movimiento islamista militante sino al gobierno americano y a las empresas americanas. También estaba nominada “Múnich” que defiende la equivalencia moral entre terroristas y los que luchan contra ellos.
Todo esto está sucediendo en un momento en el que hay una posibilidad real de que armas químicas, biológicas o hasta nucleares caigan en manos de militantes que creen lo mismo que dice el comandante de al-Qaeda en Irak, Abu Musab al-Zarqawi: “Matar a los infieles es nuestra religión, masacrarlos es nuestra religión hasta que se conviertan al islam o nos paguen tributo”.
No se puede detener a esos fanáticos. Morir peleando contra los enemigos del islam, creen ellos, les asegurará “Paradise now” (el paraíso ahora), por parafrasear la frase usada por el cineasta Hany Abu-Assad, tan alabado por los aristócratas de Hollywood.
“Una democracia a menudo debe luchar con una mano atada a la espalda” escribió el presidente de la Corte Suprema de Israel Aharon Barak, “ya que no todas las formas son aceptables en democracia y no todas las prácticas usadas por sus enemigos están disponibles en democracia”.
Por supuesto que eso es correcto. Pero si en algún punto las democracias deben luchar con ambas manos atadas a la espalda, la probabilidad de que prevalezcan no será muy grande.