La democracia está padeciendo otra injusta acusación. Regañan los críticos que la insistencia del Presidente Bush de fomentar la democracia en el exterior ahora ha llevado al poder a Hamás, una organización terrorista islámico-militante, en Cisjordania y Gaza. Si ésta es la democracia, dicen, ¿quién necesita democracia?
Pero, lo que ha echado raíces en los territorios palestinos no es la democracia. O para ser más exactos, no es la democracia liberal – que presupone libertad de expresión y de prensa, el imperio de la ley, un sistema judicial independiente y garantías de los derechos de minorías y mujeres.
Si una votación es todo lo que se requiere para ser calificado como democracia, la Unión Soviética habría sido una, ya que los ciudadanos soviéticos votaban con regularidad para elegir a cualquier candidato que ordenase el Partido Comunista.
Lo mismo en Irán, la gente vota. Pero los militantes mulás islamistas deciden quién se presenta y quién gana. Y en Cisjordania y Gaza, aunque ha habido elecciones ocasionalmente desde que los Acuerdos de Oslo de 1993 le dieron el poder a la máquina política de Yaser Arafat, los valores democráticos no han sido alentados con seriedad y no se han construído instituciones democráticas.
En el mejor de los casos, todos esos son ejemplos de lo que los especialistas en Ciencias Políticas llaman regímenes “electorales autoritarios” o “democracias iliberales” o más generosamente “democracias electorales”. ¿Qué es lo que determina si evolucionan a democracias liberales? ¿Se puede regalar la libertad o debe ser ganada? ¿Pueden fomentar los disidentes valores democráticos liberales aún en estados policiales? ¿Las instituciones democráticas liberales crean demócratas?
Al contrario de lo que se suele creer, el Presidente Bush y sus defensores “neoconservadores” no fueron los primeros en hacer estas preguntas. Ni tampoco fueron los primeros en meter a Estados Unidos en el asunto de fomentar la libertad y la democracia en el exterior. A principios de 1983, un Congreso demócrata, respaldado por el Presidente Reagan, comenzó a destinar fondos para algo llamado “Fundación Nacional Pro Democracia” (National Endowment for the Democracies, NED), una ONG privada “guiada por la idea que la libertad es una aspiración humana universal a la que se puede llegar a través del desarrollo de instituciones, procedimientos y valores democráticos”.
La semana pasada, el Fórum Internacional para Estudios Democráticos de la NED, en asociación con la Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD) organizaron un seminario llamado “Democracia y Terrorismo”. Entre los participantes se podían encontrar a progres y conservadores, republicanos y demócratas, funcionarios del gobierno, académicos y periodistas.
También tomaban parte destacados demócratas árabes y musulmanes como el autor iraquí Kanan Makiya; el académico Husain Haqqani; Zainah Anwar, directora ejecutiva de “Hermanas en el Islam”; Rola Dashti, Presidenta de la Kuwait Economic Society y Saad Eddin Ibrahim, Presidente del Centro Ibn Khaldun en El Cairo.
Si un grupo tan diverso logró llegar al consenso en un tema fue en éste: No, la democracia no es el antídoto del terrorismo. Pero sí, la democracia puede ser parte del tratamiento. Respaldar a regímenes opresores para mantener la “estabilidad” es una política que se ha intentado y que ha fracasado... de manera bastante espectacular.
Aquellos que argumentan que hay pocos ejemplos de democracia exportada a tierras extranjeras tienen razón. Pero hay montones de ejemplos de demócratas siendo apoyados en tierras extranjeras.
En el siglo XX, los americanos se gastaron enormes cantidades en los disidentes pro-democracia que vivían bajo regímenes autoritarios en Europa del Este. Hasta hace poco, virtualmente no ha habido apoyos para los disidentes pro-democracia que viven bajo regímenes autoritarios de Medio Oriente. Incluso hoy en día, la asistencia que les damos a aquellos en Medio Oriente que comparten nuestros valores es una bicoca en comparación con los ríos de dinero que fluyen desde Irán y Arabia Saudita hacia sus aliados en el mundo entero. Los gobernantes iraníes y sauditas se esperan recoger grandes ganancias con esas inversiones.
No era inevitable que el nazismo, el fascismo y el comunismo fracasasen en sus intentos de destruir el experimento democrático. Ni tampoco podemos estar seguros que la gente libre del mundo sobrevivirá a la guerra que está librando el islamismo militante contra nosotros.
Las tendencias no son alentadoras. A menos que Estados Unidos y sus aliados europeos muestren más agallas que las mostradas hasta ahora, el régimen más radical en Medio Oriente tendrá muy pronto armas nucleares. La Casa de Saud se está enriqueciendo como nunca antes. Es poco probable que el ataque terrorista más devastador del siglo XXI haya pasado ya.
A largo plazo, la libertad avanzará y retrocederá, dependiendo enormemente en quien tenga más determinación, sean sus enemigos o sus defensores. Mantener el status quo – libertad para los que consumen gasolina, represión para los que la producen – puede ser la opción menos realista de todas.
”Fomentar la democracia es una lucha” escribe el presidente de NED, Carl Gershman, “no es un proceso de ingeniería social llevado a cabo por burócratas”. Y exige mucho más que unas elecciones ocasionales en algún lugar donde los medios controlados por el gobierno, mezquitas y escuelas han glorificado el odio y aplaudido a los suicidas por años.