Hace 4 años este mes, visité Israel por primera vez y tuve un encuentro con Ariel Sharon. Decir que su imágen pública era desfavorable sería quedarse cortísimo. En comparación, el líder palestino Yasser Arafat, el padre del terrorismo internacional, había recibido el Premio Nobel de la Paz.
Irónicamente, fue Arafat el responsable de la ascensión al poder de Sharon. En Camp David, en el año 2000, el Presidente Clinton había presionado al entonces Primer Ministro de Israel Ehud Barak para que ofreciese a Arafat concesiones tan generosas que muchos observadores creían que serían imposibles de rechazar.
Pero Arafat dijo que no tanto a Barak como a Clinton, dejando de lado la oportunidad de un estado palestino, algo nunca ofrecido durante los años en que Cisjordania y Gaza eran gobernadas por Jordania y Egipto respectivamente, ni tampoco durante los siglos en los que esos territorios fueron gobernados por los turcos otomanos.
En su lugar, Arafat lanzó la “Intifada”, una guerra terrorista con la intención de borrar a Israel del mapa de una vez por todas. Con los israelíes enfrentándose a atentados suicidas casi semanales en las calles de sus ciudades, Sharon venció aplastantemente a Barak en las elecciones de 2001. Fue una asombrosa vuelta a la escena para el senescente veterano.
En persona, Sharon no parecía un tipo tan duro. Me pareció modesto y avuncular. Pero era inflexible en su convicción de que con Arafat nunca habría paz. Más que eso, de que Arafat era responsable directo del renovado derramamiento de sangre. Sharon insistía en que la idea de que Arafat lamentaba la matanza de mujeres y niños pero que no tenía poder para detener esos ataques era pura ciencia ficción.
Y añadió que tenía pruebas: El 3 de Enero de 2002, justo unos días antes de nuestro encuentro, unidades de las Fuerzas de Defensa israelíes (FDI) habían incautado el Karine A, un carguero, propiedad de la Autoridad Palestina. Tal como lo había sospechado el FDI, el barco estaba cargado de armas suministradas por Irán, incluían misiles de largo alcance Katyusha, misiles antitanques, morteros, minas, rifles para francotiradores, munición y más de dos toneladas de altos explosivos.
Si esa carga se hubiera entregado, habría servido para asesinar a cientos, quizá a miles de israelíes. El intento de pasar de contrabando esas armas a Gaza no podría haber sucedido sin la aprobación y el apoyo de Arafat, además de ser una flagrante violación de sus promesas. Según los Acuerdos de Oslo de 1993, Arafat había renunciado al terrorismo. A cambio, las autoridades israelíes lo habían traído de vuelta del exilio en Túnez y lo habían investido con poderes sobre Cisjordania y Gaza donde, en la época del ofrecimiento de paz de Barak/Clinton en el año 2000, la Autoridad Palestina de Arafat tenía jurisdicción sobre la amplia mayoría de palestinos.
La respuesta de Sharon no se hizo esperar. En la primavera, lanzó la Operación Escudo Defensivo, enviando tanques y tropas para reocupar las comunidades palestinas que Arafat habían convertido en bases terroristas.
Al principio, hasta el Presidente Bush se opuso. A los pocos días, sin embargo, el Presidente fue persuadido por sus más firmes partidarios – que incluían halcones de política exterior, cristianos evangélicos y neoconservadores — de que Sharon no se equivocaba al emprender la guerra contra los terroristas.
A partir de ese momento en adelante, Sharon ignoró a la izquierda en Israel, Estados Unidos y Europa que le exhortaban a retomar las negociaciones con Arafat. Más sorprendentemente, Sharon rompería con sus aliados en la derecha israelí y americana que se oponían a hacer concesión alguna hasta que y a menos que los líderes palestinos dieran algo tangible a cambio, algo más allá de promesas hechas para romperse.
Sharon se embarcó en un proceso de “disengagement” (retirada) para buscar paz sin tener socio. Empezó a construir una valla de seguridad para prevenir infiltraciones terroristas. Si pasado un tiempo, se convirtiese en una frontera de hecho, eso aún dejaría el 93% de Cisjordania en manos palestinas: un poquito menos de lo ofrecido a los palestinos en Camp David pero más que lo que los israelíes de la línea dura cederían.
Y a pesar de la vehemente oposición dentro de su partido, el Likud, Sharon retiró el año pasado a cada soldado y colono de Gaza, sin exigir o esperar nada a cambio por parte de los palestinos.
Cuando visité Israel por primera vez y conocí a Sharon, Israel estaba sufriendo un brutal asalto terrorista, no era claro si Israel sobreviviría. Hoy, Israel difícilmente está fuera de peligro – Gaza, lamentablemente, es más que nunca un refugio terrorista y las amenazas del régimen islamista militante de Irán, Hizbolá y hasta de al Qaeda son cada vez más siniestras. Pero la Intifada fue derrotada y los ataques terroristas palestinos han disminuido a una fracción de lo que eran cuando Sharon llegó al poder. El terrorismo sigue siendo un arma poderosa. Pero ahora sabemos algo que no sabíamos hace 4 años: Se puede derrotar al terrorismo.
Sharon sigue siendo una figura controvertida. Su liderazgo y legado serán tópicos de debate. Pero que ha sido un líder audaz y decisivo y que deja un legado es algo indiscutible.