5 años después de los ataques terroristas del 11 de Septiembre, los americanos no hemos sido masacrados en suelo americano por segunda vez. No es un logro pequeño. Y ha sido posible no porque nuestros enemigos hayan sido misericordiosos o porque consideren que nuestro comportamiento ha mejorado. Ha sido posible porque hemos empezado a entender que tenemos enemigos, que representan una seria amenaza y que debemos luchar contra ellos.
La mayoría de americanos no comprendíamos eso el 10 de Septiembre de 2001. Cuando la Guerra Fría acabó sin pena ni gloria, queríamos creer que la paz prevalecería. Reducimos nuestras fuerzas militares y alentamos a la comunidad de inteligencia a que abandonase esas prácticas tan desagradables tales como espiar, provocar golpes y hacerle la vida peligrosa a los déspotas.
Los expertos aconsejaron a los líderes políticos que no se preocupasen mucho por el terrorismo o por el islamismo militante. El 10 de Julio de 2001, Larry C. Johnson, ex analista de terrorismo para la CIA y el Departamento de Estado, lamentaba en las páginas del New York Times que se había convencido a demasiados americanos de que el terrorismo “se estaba convirtiendo en más generalizado y más letal”, demasiados tenían el temor de que “Estados Unidos es el objetivo más popular de los terroristas” y que los “grupos islámicos extremistas causan la mayor parte del terrorismo”. Declaraba que: “Ninguna de estas creencias se basan en los hechos”.
Más o menos por la misma época, John Esposito, un catedrático influyente de la Universidad de Georgetown escribía así: “Bin Laden es lo mejor que se nos ha presentado... si lo que Ud. quiere es pintar el activismo islamista como una amenaza. Hay peligro en convertir a bin Laden en la encarnación del terrorismo global y no darse cuenta de que hay muchas otras fuerzas involucradas en el terrorismo global”.
Se necesita muchos miles de muertos en un solo día para demoler semejantes fantasías. Pocos dudan aún de que los terroristas – afirmando obtener su legitimidad de la doctrina islámica – buscan la destrucción de Estados Unidos y creen que el acceso a la alta tecnología les da los medios que no tenían a su disposición en generaciones anteriores. Pero los argumentos sobre lo que debemos hacer para defendernos siguen siendo intensos, amargos y partidistas.
El martes, la Casa Blanca hizo público algo que llamó una “actualizada” Estrategia Nacional para combatir el terrorismo. El documento afirma – creo que correctamente – que Estados Unidos está “en guerra contra un movimiento transnacional... organizaciones extremistas, redes e individuos – y sus partidarios estatales o no estatales – que lo que tienen en común es la explotación del islam y el uso del terrorismo con fines ideológicos”.
De forma menos acertada, la Estrategia asegura que los terroristas “distorsionan la idea de la yihad y la vuelven en un llamamiento a la violencia y el asesinato...” Como el académico Daniel Pipes y otros han documentado, el significado original de la yihad era la guerra santa, en el sentido literal. Fue bajo la espada que el islam se extendió desde Arabia a África, Asia y Europa. Esos musulmanes que ahora le dan a la yihad el significado de que solamente implica la “lucha” espiritual deberían ser felicitados y apoyados: Fomentando esa reforma se arriesgan a que caiga sobre ellos la ira de los militantes islamistas, lo que se traduce en que arriesgan sus vidas.
Pero la Estrategia de la Casa Blanca también se autocomplace en quimeras cuando cuenta como un éxito “el consenso global amplio y creciente de que, bajo ningún motivo o causa, se justifica nunca tener como objetivo deliberado a gente inocente”. En realidad, la mayor parte del mundo ha adoptado la opinión relativista propugnada por la agencia de noticias Reuters: “Lo que para uno es un terrorista, para otro es un luchador por la libertad”.
La “actualizada” Estrategia llama al fomento de la democracia “un antídoto a largo plazo contra la ideología del terrorismo”. Sin decirlo, es un reconocimiento de que, a corto plazo, los islamistas han usado con destreza el aumento de la libertad y las reformas democráticas para extender su poder y privar de sus derechos civiles a los no islamistas.
Al final, no obstante, la Estrategia de la Casa Blanca va al meollo del asunto: La necesidad de usar la fuerza contra aquellos que no entienden de otra forma. Afirma sin rodeos que “para ganar esta guerra, Estados Unidos debe hacer todo lo posible por “matar o capturar a los terroristas, negarles el refugio y el control de cualquier nación, prevenir que consigan a armas de destrucción masiva”.
Hablando ante oficiales militares esta semana, el Presidente Bush añadió que aquellos que van tramando en contra de Estados Unidos y de otras naciones libres “han hecho saber sus intenciones tan claramente como lo hicieron sus predecesores Lenin y Hitler. La pregunta es: ¿Los escucharemos? ¿Prestaremos atención a lo que dicen estos hombres malvados?”
Antes del 11 de Septiembre, poca gente estaba prestando atención y los que lo hacían, malinterpretaron lo que oían. 5 años después, sería útil si republicanos y demócratas, progres y conservadores, americanos y europeos, pudieran gastar menos energías peleando entre sí y que gastasen más energías en defender su civilización común de manos de sus enemigos mortales. Si alguien tiene un plan mejor que la Estrategia “actualizada” que el Presidente Bush ofrece, ahora sería un buen momento para que nos la revelara.