Para celebrar el 4 de julio, los americanos lanzan fuegos artificiales - un colorido recordatorio de su lucha por la independencia. Este mes, los israelíes ha estado celebrando 60 años de independencia y cualquier pirotecnia de tienda es superflua: El fulgor rojo de los cohetes se puede ver noche tras noche en los cielos de Israel, cortesía de Hamás, la organización terrorista que gobierna Gaza y se dedica abiertamente a la aniquilación del estado judío.
Si queremos paz entre Israel y los palestinos necesitamos marginar a los radicales y facultar a los moderados. Ésa es la opinión generalmente aceptada. Sólo hay un problema con esto: Los moderados no tienen ningún poder en Gaza.
Mientras tanto, en la Margen Occidental está el presidente palestino Mahmud Abbás, líder de Fatah, rival de Hamás. Se cuenta que anda furioso por las recientes declaraciones del presidente Bush al parlamento israelí donde el presidente americano dijo que espera con ilusión el 120 aniversario de la independencia israelí - una época en la que Israel vivirá en paz con un vecino palestino independiente, predijo Bush.
Abbás les dijo a los periodistas: “El discurso de Bush en el Knesset nos encolerizó… yo le pedí franca, clara y transparentemente que la posición americana debería ser equilibrada”.
Esto, también se ha convertido en la opinión generalmente aceptada. El problema con esto: Si mi meta es matar a sus dos hijos y su meta es mantenerlos vivos, una posición equilibrada – una posición intermedia entre esas dos – avalaría el asesinato de uno de sus hijos.
Esa posición de equilibrio es la que vemos implacablemente en los medios de comunicación. Por ejemplo, para conmemorar el 60 aniversario de la independencia de Israel, el Washington Post publicó en primera plana la historia sobre 2 hombres, uno israelí y el otro palestino, ambos nacidos hacía 60 años “en una tierra en guerra”.
La historia olvida mencionar cómo comenzó esa guerra: La ONU aprobó una resolución que establecía Israel y pedía también un estado árabe. Los líderes judíos aceptaron. Si los líderes árabes hubiesen hecho lo mismo, los palestinos también estarían celebrando los 60 años de su propio estado este mes – y no habría habido ni guerra y ni refugiados.
El periódico contaba que la familia de Nabil Zaharan, el palestino de 60 años, huyó de “su Jaffa nativa por miedo al avance de las tropas israelíes”. Ésta se ha convertido en la narrativa convencional – palestinos arrancados de sus hogares por los judíos.
Pero como Efraim Karsh, jefe de estudios mediterráneos y de Oriente Medio en King’s College, Universidad de Londres, escribe: “La reciente desclasificación de millones de documentos a partir del período del mandato británico (1920 - 1948) y los inicios de Israel … pintan una imagen mucho más definitiva del registro histórico. … En la época de la declaración de independencia de Israel … ninguno de los 170.000 - 180.000 árabes huyendo de los centros urbanos y sólo unos cuantos de los 130.000 - 160.000 habitantes de los pueblos se vieron forzaron a irse por los judíos”.
Él cita a Ismail Safwat, el general iraquí que comandó el Ejército árabe de liberación que intentaba “echar a todos los judíos al mar”. Safwat observaba “con cierto asombro que los judíos no han atacado hasta ahora ni una sola aldea árabe a menos que los provocaran”.
Karsh explica que la aplastante mayoría de los que huyeron lo hicieron bajo las instrucciones “de sus propios líderes y/o por las fuerzas militares árabes fuere por consideraciones militares o para prevenir que se convirtieran en ciudadanos de un eventual estado judío”.
Uno de esos líderes era Amin al-Husseini, el muftí de Jerusalén, que había pasado la Segunda Guerra Mundial cerca de Hitler en Berlín. El académico Barry Rubin escribe que al-Husseini “odiaba a los judíos, quería destruirlos y no podía imaginarse llegar a un acuerdo”.
“El punto clave,” dice Rubin, “está en que al rechazar la partición, al exigir todo y comenzar una guerra que no podían ganar, el lado árabe se aseguró un perenne conflicto, el problema de los refugiados palestinos y ningún estado palestino. No fue un asesinato, sino un suicidio”.
Esos palestinos que no huyeron son hoy ciudadanos israelíes - más del 20% de la población. A pesar de la partida de familias como la de Zaharan, Jaffa sigue siendo una ciudad árabe con minaretes y mezquitas enmarcando su panorama urbano.
También sin mencionar en el artículo del Washington Post: Casi un millón de judíos cuyas familias habían vivido por siglos en lugares como Egipto, Siria e Irak y que fueron expulsados. Hoy, la mitad de todos los judíos israelíes tienen sus raíces en países árabes.
La guerra de independencia de Israel no ha terminado nunca en realidad. Hace 30 años parecía que había una oportunidad: El presidente egipcio Anwar Sadat fue a Camp David e hizo las paces con Israel. Fue poco después que los miembros de un grupo islamista dirigido por Ayman al-Zawahiri lo abatió a tiros. Ahora como lugarteniente de Osama bin Laden y supuestamente viviendo en áreas tribales de Pakistán, al-Zawahiri es un recordatorio viviente de las consecuencias que le aguardan a cualquier moderado que se atreva a acabar este prolongado y sangriento conflicto.