Esta semana, la Casa Blanca hizo circular un memorándum con el título: “El senador Harry Reid, antes y ahora”. Citaba a Reid en noviembre pasado diciendo: “No vamos a hacer nada para restringir o suspender fondos” de Irak. Y luego cita al Reid de hace unos días afirmando que copatrocinará una ley para suspender justamente esos fondos.
La meta evidente de la Casa Blanca era resaltar la inconsistencia de Reid y quizá incluso sugerir que había roto una promesa solemne. Pero eso hace que no le prestemos atención a lo más notable: ¿Por qué Reid, ahora líder de la mayoría en el Senado, ha cambiado de posición en este tema tan crucial?
La respuesta probablemente la podamos encontrar en la nota de prensa del senador Russ Feingold, demócrata por Wisconsin y copatrocinador de la misma ley. Dice: “El Congreso tiene la responsabilidad de acabar con esta guerra a la que el pueblo americano se opone”. Otros opositores de la misión en Irak también se han estado haciendo eco de este punto a enfatizar.
Nos gusta pensar que nuestros políticos son líderes pero la mayoría son seguidores: Hacen lo que piensan que los votantes quieren que hagan (es la forma más sencilla y sin problemas hacia el poder político) y adivinan la voluntad de esos electores a través de las encuestas.
En noviembre pasado, incluso después de que los demócratas vencieran a los republicanos en las elecciones, se asumió que la mayoría de americanos se enfurecería ante cualquier intento de retirarle los fondos a las tropas en combate. Pero las encuestas más recientes de organizaciones como Pew, CNN y el Washington Post sugieren que un número importante de votantes ya no piensa de esa manera: La confianza en la posibilidad de salvar con éxito el resultado en Irak está en niveles bajos; el apoyo para que el Congreso legisle una fecha específica en la que las tropas americanas regresen a casa sube como la espuma.
Si los políticos llegaran a creer que hay menos riesgo político votando a favor de la suspensión de los fondos para soldados en el campo de batalla que en apoyar una guerra liderada por un presidente que anda bajo en las encuestas, muchos – en ambos partidos – votarán en el Congreso reflejando esa consideración.
Pocos meditarán en las posibles consecuencias de semejante decisión. Entre ellas: Estados Unidos – no sólo el Presidente Bush – será visto como derrotado. Eso se traducirá en más musulmanes radicalizados, más voluntarios para la guerra contra el mundo libre. Esos generales victoriosos no tendrán problema alguno atrayendo reclutas.
Sin duda alguna, Irak sufrirá muchas más matanzas. Los que finalmente se hagan con el poder no serán amigos de Estados Unidos. Grupos terroristas harán de Irak su base. ¿Qué hará Estados Unidos para detenerlos?
Las tácticas usadas para derrotar a Estados Unidos en Irak también se usarán en Afganistán. ¿Cuántas bombas explotarán y en cuántos mercados, escuelas y comisarías antes de que las encuestas muestren que la mayoría de americanos están listos para dejar ese rincón del mundo también?
¿Y luego? El escritor liberal egipcio Tarek Heggy predice que si Estados Unidos abandona Irak en manos de aquellos que hoy envían terroristas suicidas, en 2015 “ Marruecos, Algeria, Egipto, Sudán, Líbano, Siria, Jordania, Irak, Yemen, Irán, Afganistán y Pakistán (por lo menos) estarán en manos de islamistas radicales con al menos 2 potencias nucleares entre esos países”.
¿Inimaginable? Claro – justo como Clinton no podía imaginar que los terroristas que atentaron contra el World Trade Center en 1993, en menos de una década, adquirirían la capacidad de convertir ambos edificios en escombros; justo como el Presidente Bush, cuando desplegó esa pancarta que decía “Misión cumplida” hace 4 años, no podía imaginar que la guerra de Irak sólo estaba empezando.
Cuando Estados Unidos fue a Irak, se decía que el fracaso no era una alternativa. Las consecuencias serían demasiado terribles. Hoy más y más gente cree que el fracaso es la única alternativa. Qué importan las consecuencias.
Si hemos encontrado la horma de nuestro zapato en las duras calles de Bagdad, no hay motivo para dilatar lo inevitable. Pero ahora hay un nuevo comandante americano en Irak, el general David Petraeus. Él está siguiendo una estrategia nueva y diferente. No es sólo un “aumento” de tropas.
El general retirado Barry McCaffrey, un frecuente crítico de la Administración Bush, regresó hace poco de Irak. Él dice que la situación en Irak es “tétrica” pero concluye que hay “razones para la esperanza” – indicaciones de que Petraeus y sus tropas pueden estar aprendiendo a luchar y ganar una guerra del siglo XXI.
Escribe McCaffrey: “Ya que la derrota en Irak pondría en peligro los intereses americanos por una década o más”, exhorta a que se apoye “esta última iniciativa para triunfar” añadiendo que sólo nos llevará hasta el fin del verano para determinar si eso es posible.
Los miembros del Congreso deberían tomar su argumento en consideración – sin importar lo que digan las encuestas.