Resolver el conflicto árabe-israelí sería algo maravilloso. Pero la realidad nos dice que por más de medio siglo, todos los presidentes americanos han intentado encontrar una fórmula mágica que trajese paz a los diminutos territorios situados entre el mar Mediterráneo y el río Jordán. Y todos los presidentes americanos han visto sus intentos hundidos en el fracaso.
Nadie lo intentó con más brío que Bill Clinton quien, al final, fracasó por esta simple razón: El entonces líder palestino Yasser Arafat no podía aceptar la idea de coexistir con Israel. Y, para ser justos, si Arafat hubiese hecho las paces con el estado judío, casi seguro habría corrido la misma suerte que Anwar Sadat, el presidente egipcio que se reconcilió con Israel y al poco tiempo fue asesinado por militantes islamistas.
Hace casi 5 años, George W. Bush anunció que ayudaría a la creación de un estado palestino tan pronto como fuera posible. Su única exigencia: No deberá ser un estado terrorista. Posteriormente, los palestinos escogieron a Hamás, una organización terrorista, para que los liderara.
A pesar de esta historia, durante las reuniones del grupo asesor de “expertos” de la Comisión Baker-Hamilton sobre Irak, el conflicto árabe-israelí era un frecuente tópico de debate. Muchos de los diplomáticos ya retirados, ex operativos de la CIA y otros miembros varios de los estamentos de política exterior eran inflexibles: Bush tiene que hacer lo que sea para persuadir a israelíes y palestinos a que resuelvan sus diferencias de una vez por todas. Como miembro de ese grupo asesor, yo preguntaría: Incluso si esos esfuerzos tuviesen éxito, ¿qué tipo de magia impulsaría a los sunníes y chiítas de Irak a dejar de matarse mutuamente por el poder y el petróleo?
No recibí ninguna respuesta adecuada y el informe final del Grupo de Estudio sobre Irak afirma que: “Estados Unidos no será capaz de alcanzar sus objetivos en Oriente Medio a menos que se ocupe directamente del conflicto árabe-israelí”. ¿Y es que hasta ahora Estados Unidos ha estado ocupándose del conflicto de forma indirecta?
En un reciente editorial, el ex consejero de Seguridad Nacional Brent Scowcroft va más lejos argumentando que “un enérgico esfuerzo renovado para resolver el conflicto árabe-israelí” podría producir “verdadero progreso” lo cual provocaría que Hizbolá y Hamás “se quedaran sin la razón que los cohesiona”.
¿Cómo funcionaría eso? ¿Qué es lo que Israel podría ofrecer a Hamás y Hizbolá para inducirlos a abandonar “la razón que los cohesiona” que, de modo inequívoco, es la aniquilación de Israel?
O bien, si Israel ignorase a Hamás y Hizbolá, ¿con quién haría “verdaderos progresos”?
Scowcroft no lo explica. Simplemente añade que después de hacer semejante progreso, “Irak sería visto por fin como un país clave que hay que poner en orden para encontrar la seguridad de la región”. ¿Sería? ¿Por todos? ¿Por Irán, Siria, Hizbolá y al-Qaeda? Por todos los cielos, ¿por qué?
Es poco probable que la Secretaria de Estado Condoleezza Rice haya contestado esas preguntas antes de salir pronto a una nueva ronda diplomática en Oriente Medio. Si su intención es encontrar puntos en común entre israelíes y palestinos, le deseo buena suerte.
Es difícil imaginar dónde podría encontrar esos puntos siquiera. En 2005, Israel se retiró de cada centímetro de Gaza. A cambio, Israel no ha recibido ninguna concesión, ningún beneficio y ningún reconocimiento por parte de la “comunidad internacional”. Prácticamente no hay día que los terroristas apostados en Gaza dejen de disparar misiles contra los pueblos israelíes. Basándose en esta experiencia, el entusiasmo israelí para retirarse también de Cisjordania, el otro “territorio ocupado” se ha evaporado.
Respecto a Hamás, debemos recordar que su postura hacia Israel no se basa en el cálculo político sino en la convicción religiosa. Hamás profesa la creencia islamista militante que afirma que cualquier tierra alguna vez conquistada por los musulmanes es un don de Alá. Uno puede librar la yihad por ese territorio sagrado o puede eludir su sagrada obligación. No hay una tercera opción, no le corresponde al humano malbaratar los regalos divinos.
A la larga, mantengámos la esperanza. Pero en este momento, debido a los actuales dirigentes palestinos y al apoyo que reciben de Teherán, la posibilidad de resolver el conflicto árabe-israelí es tan baja como siempre ha sido.
El porqué los que se dicen “realistas” de política exterior afirman lo contrario es un misterio; también lo es su abracadabrante insistencia de que el camino hacia la paz en Irak pasa por Jerusalén. Más plausible será que solamente cuando vean que al Qaeda, los mulás iraníes y otros militantes islamistas han fracasado, los palestinos decidan escoger otros dirigentes que busquen paz junto a Israel en lugar de la destrucción de Israel.
Resolver el conflicto árabe-israelí sería algo maravilloso. Pero no va a suceder en mucho tiempo. Y no puede ser un condicionante para solventar la exasperante situación en Irak.