No hace falta ser del movimiento Tea Party para creer que los miembros del Congreso deben leer y entender los proyectos de ley antes de que los aprueben. Pienso que es justo decir que los votantes de las elecciones de este mes rechazaron el enfoque alternativo, mejor articulado por la que pronto será la ex presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a propósito de la legislación diseñada para transformar el sistema de salud americano: "[P]rimero tenemos que aprobar la ley para enterarnos de lo que contiene..."
En estos momentos, el Senado de Estados Unidos está revisando el nuevo Tratado de Reducción de Armas Nucleares Estratégicas (New START, por sus siglas en inglés) que es un importante acuerdo que busca limitar el armamento nuclear estratégico con Rusia. El Kremlin lo interpreta como la restricción de la capacidad de Estados Unidos para desplegar su defensa antimisiles. Los portavoces de la administración dicen que esta interpretación no es correcta. Para resolver esta confusión, algunos senadores han pedido revisar el expediente de negociación, o sea el rastro de documentos que dejan los que participan en negociaciones.
La administración Obama se ha mostrado renuente a proporcionar esos documentos, pidiendo en efecto que los miembros del Senado usen el planteamiento Pelosi: Primero vote por el tratado y averigue más adelante lo que éste conlleva.
Durante su viaje a Asia la semana pasada, el presidente Obama dijo que la ratificación del nuevo START es su máxima prioridad en política exterior y que quiere que se apruebe en lo que queda de Congreso antes que se abra la nueva sesión. La Secretaria de Estado Hillary Clinton había escrito esta semana un editorial en el Washington Post con el siguiente titular: "No podemos dar largas a este Tratado" ¿Cuál es el apuro? En enero, habrá más republicanos en el Senado y también algunos demócratas que probablemente se leerán el tratado – y el expediente de negociación si pueden conseguir una copia – con cierto escepticismo.
Por un lado, a los senadores en el cargo les pagan para que emitan su voto, no para que pierdan el tiempo. Pero por otro lado, como ya dije anteriormente, no hace falta ser del movimiento Tea Party para pensar que unos senadores que ya están de salida ratifiquen este tratado ya que sería como el caso de ejecutivos despedidos de una empresa decidiendo sobre una fusión empresarial momentos antes de entregar las llaves de sus oficinas. Un tratado crea derecho internacional y compromete a una nación a una obligación solemne. (Al menos es así para Estados Unidos; para otras naciones, no tanto).
Aquí les presento una modesta sugerencia: Sería completamente apropiado que los senadores recién elegidos enviasen una carta a la Casa Blanca expresando su deseo de que el nuevo START sea tomado en consideración por ellos y sus homólogos en 2011. Déjenme nominar a Marco Rubio, republicano por Florida; a Mark Kirk, republicano por Illinois; y a Joe Manchin, demócrata por Virginia Occidental, como los encargados de esta iniciativa.
Los miembros de la Cámara de Representantes no aprueban tratados. Sin embargo, esos miembros del Congreso que se encargan de temas de seguridad nacional - por ejemplo, los miembros del Comité de las Fuerzas Armadas, Buck McKeon, Trent Franks y Mike Turner - también podrían aportar sus opiniones sobre la importancia del expediente de negociación y las ventajas de posponer las deliberaciones finales durante un par de meses.
En Washington nada es nunca sencillo, por tanto déjenme que mencione esta complicación: Hay algunos miembros del Senado que, aunque sintiendo poco entusiasmo por el nuevo START, podrían estar dispuestos a votar a favor en lo que queda de sesión del Congreso. Lo harían porque el presidente Obama ha dicho abiertamente que, a cambio, él respaldará que se apruebe el gasto de miles de millones de dólares para la modernización de las armas nucleares de Estados Unidos junto con la creación de laboratorios que supervisen esas armas y la infraestructura que hay detrás de ellas., Según escribió recientemente el anterior director de la CIA y negociador de pactos de control de armas Jim Woolsey, éste es el arsenal que representa "nuestra última garantía de seguridad nacional".
Algunos halcones de seguridad nacional piensan que es poco probable que la administración Obama financie y despliegue un sistema integral de defensa antimisiles independientemente de que se ratifiquen o no los tratados. Si aprobar el nuevo START significa no perder nada que ya no hayamos perdido en el lado defensivo, mientras que se alcanza una meta que no se podría alcanzar de otra manera en el lado ofensivo, ¿no es ése un buen intercambio?
¿Lo opuesto a eso? Las elecciones de 2010 cambiaron el panorama político. Los votantes, liderados por el Tea Party, pusieron muy en claro que los líderes que escogieran, tendrían que escucharlos o si no pagarían un precio. La aplastante mayoría de americanos apoya la defensa antimisiles – las encuestas así lo han revelado más allá de cualquier duda. Sin embargo, un sorprendente número de americanos cree que tenemos ya la capacidad de derribar cualquier misil que nos disparen. La verdad es que no es así. Nuestro escudo está lleno de agujeros.
Quizá ahora sea el momento para un debate más amplio: ¿Debería Estados Unidos mantener su estatus de superpotencia? ¿O deberíamos parecernos más a nuestros amigos en Europa, permitiendo que nuestras capacidades militares disminuyan mientras que cedemos soberanía a la ONU y otras organizaciones transnacionales?
Si decidimos continuar siendo el líder y protector de las naciones libres del mundo, necesitaremos armas fiables y modernas así como defensas contra cualquier misil que nos pudieran lanzar – no solo Rusia sino también China (que, como Rusia, está modernizando rápidamente su armamento nuclear) o Irán (que tendrá armas nucleares si Estados Unidos y/o Israel no lo evitan).
Además, tenemos el escenario "Scud en un balde" en el que basta que un estado paria – por ejemplo, Irán debido a sus actuales líderes yihadistas – facilite una sola arma nuclear, un único misil y una nave discreta a una organización terrorista. Luego se dispara el misil desde la nave no muy lejos de nuestras costas y se detona a gran altura provocando un ataque de pulso electromágnetico (EMP) que paralice la red de suministro eléctrico y todo lo que sea computarizado, desde automóviles, a celulares, hasta cuentas bancarias. Según la opinión de una comisión del Congreso, el impacto sería devastador.
¿Es esto simplemente ciencia ficción? En estos momentos, los líderes que Estados Unidos eligió apuestan que sí – al igual que antes del 11 de septiembre juraban que no hacía falta reforzar las puertas de las cabinas de los pilotos para evitar que los terroristas asumiesen el control de aviones de pasajeros y los estrellaran contra rascacielos.
Estados Unidos tiene la tecnología para contrarrestar todas las amenazas imaginables de misiles. Lo que no tenemos son líderes políticos que estén de acuerdo en que, en el siglo XXI, la mejor manera de fomentar la paz no es dejando vulnerables a los americanos – la doctrina de la Guerra Fría conocida como destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglás en inglés) sino que los americanos pongan a buen uso su destreza científica para convertir en inútiles las armas de nuestros antagonistas.
Es un debate que hace falta, un debate en el que creo que el Tea Party debería participar. Otra modesta sugerencia: Jim DeMint es el senador y Michelle Bachmann es la representante de la Cámara que los miembros del Tea Party más admiran. Ambos deberían ser los encargados de invitar a la gente del Tea Party al debate.