Hace nueve años esta semana, comencé una serie de debates sobre terrorismo con Jack Kemp, Jeane Kirkpatrick y un pequeño grupo de afligidos filántropos. Ya que este sábado es el noveno aniversario de los atroces atentados del 11 de septiembre, no les llamará la atención que hayamos tenido ese debate. Pero seguramente les sorprenderá saber que nuestra primera conversación ocurrió antes, no después, de que los terroristas secuestraran los aviones de pasajeros y los estrellaran contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
La gente con la que me reuní entendía lo siguiente: Mientras que Estados Unidos disfrutaba feliz del "dividendo de la paz" de la posguerra fría, los terroristas lanzaron el que resultó ser el primer ataque al World Trade Center, mataron tropas americanas en las torres Jobar en Arabia Saudita, bombardearon dos embajadas americanas en África y estrellaron un barco cargado de explosivos contra el USS Cole. La mayoría de líderes políticos, analistas de inteligencia, académicos y periodistas no encontraron nada de importancia en este patrón de comportamiento.
En las semanas siguientes al 11 de septiembre, armamos una organización, la Fundación por la Defensa de las Democracias, para poder investigar y así comprender mejor el terrorismo y las fuerzas que lo impulsan, para diseñar politicas de acción eficaces y para educar al público en general.
Entre lo más importante que aprendí: El terrorismo no es el meollo del problema. Es simplemente el arma escogida por algunos regímenes, movimientos e ideologías que están emprendiendo una guerra contra Estados Unidos y otras sociedades democráticas.
Los terroristas se ven como "yihadistas", o sea heroicos guerreros y conquistadores islámicos. Ellos ven a sus enemigos como "infieles", enemigos de Alá que merecen la muerte y que estarían mejor muertos.
Sí, los yihadistas y los que los apoyan guardan rencores contra Estados Unidos, Europa, India y, por supuesto, Israel. Pero su meta no es resolver diferencias políticas. Su meta es humillar, derrotar y someter a Occidente y devolver a los musulmanes el poder y la gloria de los que disfrutaron en un pasado lejano, confiados en que están destinados a disfrutar de ese poder y esa gloria nuevamente en un futuro no muy lejano.
No todos los que buscan ese orden de cosas participan en actos terroristas o siquiera los apoyan. Hay otros – llámelos "islamistas"— que no son militantes. Ellos creen que las estrategias no violentas pueden aceleran más con eficacia la transición del Estado de Derecho de los humanos al Estado de Derecho según lo ordenado por Alá junto con el traspaso del dominio global de las sociedades judeocristianas y seculares al "mundo musulmán".
Debería ser evidente pero, como probablemente no lo es, lo diré: La mayoría de musulmanes en el mundo no está tomando parte en esa lucha, no están ávidos de sangre, ni quieren vivir bajo dictaduras clericales. Pero si, como conservadoramente se ha estimado, sólo el 7% de los musulmanes del mundo apoya el yihadismo y/o el islamismo, eso suma más de 80 millones de personas, una fuerza formidable respaldada por la enorme riqueza petrolífera de Oriente Medio. Por el contrario, los reformistas islámicos y pacificadores están aislados, se convierten en objetivo y no tienen recursos sustanciales.
Después del 11 de septiembre, la administración Bush denominó este conflicto como la "Guerra Global Contra El Terrorismo". La conexión con el islam según lo predicado por exaltados clérigos fue reconocida pero no examinada. La administración Obama ha abandonado incluso ese análisis incompleto. Los portavoces del gobierno actual solamente hablan de "extremismo violento" y de "operaciones de contingencia en el exterior". La primera definición ignora las ideologías que motivan a los que nos enfrentan. La segunda niega que es un conflicto mundial serio. El presidente Obama ha reconocido que al-Qaeda está en guerra contra Estados Unidos como si eso fuera todo lo que hay, como si eso explicara algo.
En su discurso de la semana pasada sobre Afganistán, el presidente Obama agregó que la "guerra abierta no sirve" a los intereses americanos. Eso es cierto pero irrelevante ya que las guerras no son obras teatrales (No se puede bajar el telón en el momento justo). Las guerras por lo general continúan hasta que un lado gana y el otro pierde.
Por el momento y hasta nuevo aviso, Estados Unidos y Occidente no están preparados para intensificar el conflicto para así derrotar a nuestros enemigos. Ni tampoco para aceptar la derrota a corto plazo. Por tanto, con lo que nos quedamos en realidad es con una "guerra abierta, sin fin", una guerra larga, de baja intensidad y en una serie de frentes.
Afganistán es uno de esos frentes. Es aleccionador que el periódico Sunday Times de Londres informase el fin de semana pasado que los iraníes están pagando a miembros de los talibanes para que maten soldados americanos allí. Reflexione en esto: Los líderes de Irán están colaborando con los talibanes, un afiliado de al-Qaeda, y eso demuestra, aunque no por primera vez, que a pesar de que los yihadistas chiítas y suníes puedan ser rivales, ellos sí pueden y sí encuentran causas comunes: Matar americanos, por ejemplo.
Los líderes políticos y la comunidad de inteligencia deberían reflexionar sobre lo que esto significa y lo que conllevará que Teherán logre adquirir armas nucleares. Pero si nos basamos en comportamientos anteriores, no podemos sentirnos confiados de que éste sea el caso. Según el Times, Irán está financiando a los talibanes usando dinero donado por Occidente con el que se está pagando a firmas iraníes participantes en la reconstrucción de Afganistán. Es decir: Los países de la OTAN están financiando la matanza de las tropas de la OTAN. ¿Responsabilizará el presidente Obama a Irán y tomará medidas para acabar con eso? ¿Hablará incluso de la culpabilidad iraní con claridad?
Lo más probable es Obama repita que nuestra meta debe ser evitar la "guerra sin fin". ¡Qué alentador para los yihadistas e islamistas en Irán, Afganistán, Irak, el Líbano, Somalia, Yemen, Gaza y otros frentes! A ellos les tranquilizará saber que, nueve años después de los atentados del 11 de septiembre, se ve que están pensando estratégicamente mientras que sus enemigos infieles no.