Hay una vieja broma soviética en la que un americano le dice a un ruso: "En mi país tenemos libertad de expresión. Puedo pararme delante de la Casa Blanca y gritar: '¡Nixon es un idiota!' y no me pasará nada. A lo que el ruso contesta: "En mi país, tenemos la misma libertad. Puedo pararme delante del Kremlin y gritar: 'Nixon es un idiota!' y tampoco me pasará nada.
Si lo adaptamos al siglo XXI, la broma podría ser algo así: Un cristiano le dice a un musulmán: "En Occidente tenemos libertad de expresión. Puedo ir al Vaticano y gritar "¡El cristianismo es un disparate!" y no me pasará nada. A lo que el musulmán contesta: "En el mundo musulmán tenemos la misma libertad de expresión. Puedo ir a la Meca y gritar "¡El cristianismo es un disparate!" y tampoco me pasará nada.
La verdad es que muy pocos países con mayoría musulmana son libres. Un musulmán que quiera hablar libremente y sin miedo, practicar su religión como prefiera y votar a favor o en contra de políticos en elecciones justas lo podrá lograr mejor viviendo en Occidente que en cualquiera de la cincuentena de naciones que pertenecen a la Organización de la Conferencia Islámica (OCI).
Pero hasta en Occidente, la libertad es un don y no un derecho. Generación tras generación hay que tener el valor de defender lo que antes llamábamos sin tapujos "las bendiciones de la libertad".
Eso implica reconocer que estamos librando una guerra contra lo que llamábamos, también sin tapujos, el Mundo Libre. Esta guerra nos la impuesto un enemigo que muchos se resisten a nombrar: Los islamistas. Ellos están luchando no sólo con rifles AK-47s y artefactos explosivos improvisados (IED) en lugares como Afganistán y Somalia. También están luchando con acciones, ideas y leyes en lugares como Europa y Estados Unidos. Están librando una batalla campal contra la libertad de expresión que es un derecho sin el que no se puede proteger otros derechos.
En este momento, Occidente está presentando una enclenque defensa. Estamos aceptando prohibiciones del Estado en el pensamiento que podemos expresar, estamos permitiendo que los extremistas nos callen a gritos y nos estamos autocensurando por miedo o por una falsa delicadeza. ¿Algunos ejemplos?
Empecemos con el juicio del gobierno holandés contra Geert Wilders, un miembro de su parlamento que ha expresado opiniones desfavorables sobre la fe islámica y el Corán. Tales opiniones pueden ofender. Pero no pueden ser criminalizadas en ningún país que valore la libertad.
¿Alguien consideraría la posibilidad de enjuiciar a un musulmán o a un ateo por hacer comentarios hostiles sobre el cristianismo, Jesucristo o la Biblia? En 1987, Andrés Serrano ofendió a mucha gente con su "Piss Christ", la fotografía de un crucifijo sumergido en un envase de orina. No sólo no lo enjuiciaron sino que le concedieron un premio en un concurso patrocinado por la Fundación Nacional para las Artes de Estados Unidos (NEA, por sus siglas en inglés) – algo que dice mucho no sólo de la libertad americana sino también sobre los gustos de la "comunidad artística".
Y cuándo Louis Farrakhan, visitando Libia, dijo que el judaísmo es una "religión de alcantarilla", ¿hubo alguien – sin importar lo indignado que estuviera – que propusiera meter a la cárcel al líder de la organización Nación del Islam?
Los que defienden el proceso contra Wilders afirman que sus declaraciones son equivalentes al "discurso del odio". Y eso, afirman ellos, es peligroso y por tanto debe ser proscrito. Señalan la existencia de los "crímenes de odio" en Estados Unidos y dicen que son más o menos la misma cosa.
Pero no lo es. La idea detrás de los "crímenes de odio" es que la ley debe distinguir entre alguien que golpea en la cabeza a una persona porque quiere robarle su dinero y alguien que golpea en la cabeza a una persona por ser negro, judío, musulmán u homosexual. El segundo ejemplo, según dicen, es peor que el primero y merece como tal mayor castigo. Siempre he sido escéptico sobre ese asunto. Pero más a mi favor: Desde el principio ha existido la inquietud de que los crímenes de odio desembocasen en lo que hemos visto en Holanda y en otros lugares: Justificar la criminalización del pensamiento y de la expresión – incluso en ausencia de cualquier acto de violencia.
Mientras tanto, como apunta Mark Steyn, una emisora de radio holandesa ha producido y promocionado con dinero público una película titulada "El asesinato de Geert Wilders". Nadie ha sido enjuiciado por ello bajo la premisa del discurso del odio.
Ali H. Alyami, director ejecutivo de la organización con sede en Washington "Centro para la Democracia y los Derechos Humanos en Arabia Saudita", me indicó que se está librando otra batalla contra la libertad de expresión. Él me envió un vídeo de Michael Oren, embajador de Israel en Estados Unidos, hablando en la Universidad de California, Irvine. Alyami me sugirió que lo mirase porque me dijo que representa una "amenaza para nuestra libertad de expresión".
En el vídeo se ve un auditorio en el que Oren debe dar una conferencia. Un grupo de estudiantes, muchos pero no todos extranjeros y musulmanes, se sientan alrededor del auditorio. En intervalos de pocos segundos se van levantando uno a uno y comienzan a gritar contra Oren. Los guardias de seguridad sacan al primer individuo de la sala, Oren empieza a hablar pero entonces se levanta otro y hace lo mismo. Oren comienza otra vez y la escena se repite. El objetivo es evitar que Oren exprese una idea completa y que su público escuche lo que el orador tiene que decir.
Los administradores de la universidad insisten que semejante comportamiento es intolerable, pero ¿cree Ud. que realmente tomarán las fuertes medidas tan necesarias para prevenir en el futuro esas tácticas al estilo camisas marrones? ¿Y qué nos dicen estos episodios sobre los valores que los alumnos están aprendiendo de sus profesores? ¿Hay razón alguna para creer que los estudiantes o sus profesores entienden algo sobre la Constitución y la Carta de Derechos de Estados Unidos?
Hay una batalla más a mencionar antes de acabar: El año pasado, Yale University Press, la editorial de la Universidad de Yale, publicó un libro titulado "The Cartoons that Shook the World" (Las caricaturas que conmocionaron al mundo) sobre la controversia que despertaron los 12 dibujos ridiculizando el terrorismo islamista y que fueron publicados en el periódico danés Jyllands-Posten en 2005.
Al poco tiempo, la OCI exigió que la ONU impusiera sanciones internacionales a Dinamarca y puso en circulación un dossier que contenía no solamente las caricaturas sino ejemplos de otros insultos europeos que en su mayoría eran falsos. Especialmente memorable fue la foto de un hombre que usaba una máscara de cerdo, subtitulado: "Aquí está la imagen verdadera de Mahoma". Finalmente se descubrió que se trataba de la foto de un francés participando en una competencia de gruñidos de cerdo – o sea que nada que ver con Mahoma. Sin embargo, eso sumado a lo de las caricaturas enfureció a musulmanes en muchos países, algunos salieron a las calles causando disturbios, incendios y atacando a cualquiera que pareciera europeo. Más de 100 personas murieron en esos actos.
Con todo esto como telón de fondo, Yale decidió excluir las caricaturas del libro sobre las caricaturas y también omitir cualquier imagen de Mahoma, incluyendo las del artista francés del siglo XIX Paul Gustave Doré y el pintor surrealista español del siglo XX Salvador Dalí. ¿Sería porque los ejecutivos de Yale temían la violencia? ¿O sería como Roger Kimball sugería, que más bien era por deferencia a sus donantes de Arabia Saudita? De cualquier manera, es difícil no ver la decisión de Yale como un acto de rendición preventiva.
La OCI, en su "Declaración del Cairo de Derechos Humanos en el Islam" de 1990, afirma que "todos tienen derecho a expresar su opinión libremente", pero luego agrega: "en una forma que no sea contraria a los principios de la sharia" lo que equivale a decir ley islámica según lo interpretado por Irán, Arabia Saudita, Libia y otros miembros despóticos de esta alianza internacional político-religiosa.
La suya no es una forma distinta de ver la libertad de expresión: Es una sentencia de muerte para la libertad de expresión. Ésas son sus intenciones no sólo para los territorios que ahora gobiernan sino a nivel mundial. ¿Y qué nos dice el que encuentren en Occidente a tanta gente dispuesta – en realidad deseosa – de ayudarlos en su objetivo?