ISLAMABAD – Me tocó en suerte un peculiar momento para visitar Pakistán: cuatro atentados terroristas en menos de una semana. El primero fue en la sede del Programa Mundial de Alimentos aquí en la capital del país; el saldo: 5 muertos. El segundo tuvo lugar en el Bazar de Kyber en Peshawar; el saldo: más de 50 muertos. El tercero fue en el cuartel general de ejército (GHQ) en Rawalpindi, donde insurgentes talibanes armados con armas automáticas, granadas y lanzacohetes, lucharon durante 22 horas. Según portavoces del gobierno, un brigadier, un coronel y tres comandos murieron. Tomaron a más de dos docenas como rehenes pero según cuentan, se salvaron porque mataron a un terrorista suicida antes de que pudiera detonar su chaleco.
Un par de días después, un convoy militar sufrió un ataque terrorista, matando aproximadamente a 40 cerca del valle de Swat que es un territorio apenas recién liberado de las garras talibanes por fuerzas militares pakistaníes tras una batalla difícil y costosa.
Si lo analizamos más detalladamente, este derramamiento de sangre conlleva un mensaje: "Ustedes, los llamados líderes de Pakistán, no pueden suministrar alimento a la gente hambrienta ni garantizar la seguridad en el mercado. Sus soldados y oficiales no pueden ni protegerse a sí mismos. Ustedes no sirven para nada y son débiles. Ustedes terminarán sometiéndose. O nosotros acabaremos con ustedes".
Los pakistaníes pueden ser sorprendentemente indiferentes con el terrorismo: Ya han sufrido 129 atentados terroristas en los dos años desde el asesinato de la candidata a la presidencia Benazir Bhutto. Desde el 11 de septiembre de 2001, al menos 5.000 pakistaníes han muerto en atentados terroristas.
Pero el asalto contra el cuartel general del ejército parece haber sacudido a la población. Atacar el equivalente pakistaní del Pentágono americano es, como titulaba el periódico Dawn: "Audaz". El ejército es la institución más fuerte, orgullosa y duradera del país. Se esperan represalias, probablemente en Waziristán donde parece que los talibanes han logrado hacer avances recientemente.
El Departamento de Estado me invitó a Pakistán bajo los auspicios del programa "Conferencista y Especialista de Estados Unidos" que se ha desarrollado con la intención de mejorar el diálogo entre pakistaníes y americanos. Mis anfitriones han sido la embajada americana en Islamabad y los consulados de Estados Unidos en Lahore y Karachi. Los ataques terroristas se han llevado a cabo en las tres ciudades. Los ciudadanos americanos han estado entre los objetivos. Como me dijo un oficial de seguridad: "Habrá más atentados. No es cuestión de si sucederán sino de cuándo".
Estuve dando conferencias en universidades, reuniéndome con periodistas, funcionarios del gobierno, líderes religiosos y académicos de centros de investigación política, haciendo entrevistas para la radio, la televisión y la prensa. La gente parecía tener muchas ganas de hablar conmigo para decirme lo que piensan, me hacían preguntas, debatimos sobre el terrorismo – cómo definirlo, lo que lo causa, cómo deberían responder pakistaníes y americanos.
No hay muchos americanos o europeos por estas tierras ahora. Eso en sí es una victoria para los terroristas. El mes pasado raptaron a un cooperante griego, Athanasius Lerounis. Él había estado en Pakistán durante 15 años, construyendo escuelas, sistemas de suministro de agua y clínicas. Los talibanes quieren 10 millones de dólares además de la liberación de algunos de sus camaradas que están en cárceles pakistaníes para devolverle la libertad al cooperante griego.
En la actualidad, las minorías no-musulmanas constituyen solamente alrededor de un 3% de la población de Pakistán. En Karachi, una abrasadora metrópolis costera en plena expansión y que cuenta con más de 15 millones de personas, me decía un sofisticado pakistaní: "Ésta solía ser una ciudad tan cosmopolita. La enriquecía la presencia de cristianos, parsis (una comunidad zoroastriana de Irán) y hasta había judíos. Era un sitio mejor en aquel entonces". Y siguió explicando que cuando se expulsa a las personas que son diferentes, no por eso las personas que se quedan se llevan mejor, simplemente acaban descubriendo más diferencias entre ellos mismos.
Pakistán es una nación de 175 millones de personas y es el tercer país en el mundo con mayor cantidad de población musulmana. Desde el año pasado, el país ha tenido un gobierno democrático, pero no especialmente popular. Antes de eso tenía a un dictador militar que era todavía menos popular. Pakistán posee armas nucleares; al-Qaeda dice que piensa adquirirlas en su momento y los talibanes ayudarán si pueden. La ley Kerry-Lugar, aprobada por el Congreso y que pronto estará sobre el escritorio del presidente Obama, denomina a Pakistán como "un importante aliado fuera de la OTAN y un socio valioso en la batalla contra al-Qaeda y los talibanes".
Pero es un aliado conflictivo y mantenemos con ellos una sociedad frágil. No hace mucho, el pasado mes de mayo, el secretario de Defensa, Robert Gates, expresó la sospecha de que dentro del ejército pakistaní y de los servicios de inteligencia (ISI) hay gente que "juega a dos bandas", que tiene simpatía por varios grupos yihadistas militantes y contactos con los mismos.
Estados Unidos no ha conquistado muchos corazones en Pakistán. Una reciente encuesta del Pew Research Center revelaba que casi dos tercios de la población de Pakistán describe a Estados Unidos como "enemigo". La ley Kerry-Lugar triplicaría la ayuda a Pakistán, sin embargo ésta ha sido recibida por muchos en el ejército, los partidos de la oposición y los medios de comunicación como un insulto a la soberanía y dignidad de Pakistán. ¿Por qué? Por sus "condiciones" ya que en gran parte la ley trata de asegurar de que el dinero dado a Pakistán se gaste solamente en cometidos que los americanos tengan y aprueben.
La gente es admirablemente hospitalaria. Muchos son amistosos. Pero en los campus universitarios, en particular, se nota un gran resentimiento y rabia entremezclados con preguntas duras pero justas. Las quejas que citan: Las intervenciones de Estados Unidos en Irak y Afganistán, el apoyo americano a India e Israel, los ataques americanos con aviones robot contra militantes en Pakistán (los cuales supuestamente matan a muchos inocentes aunque tanto funcionarios americanos como pakistaníes lo niegan), Vietnam, Hiroshima – la lista no tiene fin.
Me reúno con un grupo de líderes religiosos. Son gente de ideas sorprendentemente diversas. Uno habla de "moderar el islam". Otro dice: "No existe algo que se pueda denominar "islam moderado". Le pregunto qué nombre usaría para el islam de Osama bin Laden y del mulá Omar. Me responde: "Ah, eso no tiene nada que ver con el islam". Y yo le pregunto: "Entonces ¿son herejes?" A lo que me responde: "Si nosotros los llamamos apóstatas y ellos nos llaman apóstatas, ¿adónde nos lleva todo eso?" Yo le vuelvo a hacer otra pregunta: "¿Qué hacemos entonces? ¿Ignoramos a aquellos en el mundo matando a inocentes en el nombre del islam y esperamos a que un día vean las cosas de manera distinta? ¿Por qué tendría que suceder eso?" Mi interlocutor se pone a meditar pero no llega a encontrar una respuesta que darme.
Volando de Lahore a Karachi, me senté junto a un joven con una barba tupida que leía un libro sobre las finanzas de la sharía. Al rato nos pusimos a conversar. Se trataba de un piloto de Pakistan International Airlines que resultó ser un apasionado senderista y se alegró al saber que hace años yo estuve por esos caminos al norte de Pakistán visitando Hunza, Gilgit, Skardu y el valle de Swat. Me dio la dirección de una web donde había colgado las fotos que les tomó a esos legendarios lugares.
Este piloto me comentó que le preocupaba la posibilidad de más guerras, conflicto y el deterioro de la economía. Me habló de su esposa y sus dos hijos, de 5 y 3 años, y mencionó que tiene un hermano médico que vive en Oklahoma. Pero también expresó su desconfianza en Estados Unidos. Los motivos eran los de siempre: Estados Unidos tiene demasiados lazos con la India y los "sionistas". Peor aún, los pakistaníes sospechan de que los americanos quieren quitarles sus armas nucleares y que eso significaría un "un Pakistán pequeño y disminuído bajo el control de la India, si es que sigue siendo Pakistán y acaba partiéndose en pequeños estados". Y añadió: "¿Quién creó a los talibanes? ¡Los mismísimos Estados Unidos!"
Muchos pakistaníes ven a los talibanes como enemigo. Pero otros le dirán a Ud. que hay "talibanes buenos" y "talibanes malos". Si eso quiere decir que algunos grupos que se llaman a sí mismos talibanes no se creen realmente lo de la ideología y por lo tanto son "reconciliables" – bien. Pero también he escuchado las opiniones de altos oficiales militares americanos en Afganistán y a veces parece ser que lo que eso implica es que mientras los talibanes "malos" atacan a los pakistaníes, los talibanes "buenos" atacan a los americanos. Y también hay gente que condona las acciones de los talibanes "malos" porque piensan así: Los talibanes atacan la sede del Programa Mundial de Alimentos porque ésta apoya al gobierno pakistaní, que a su vez apoya al gobierno de Estados Unidos, que a su vez apoya a la India e Israel. Por lo tanto, no hay que ser tan severos con ellos.
En el programa de televisión Breakfast with Dawn, la presentadora leyó unas líneas extraídas de uno de mis artículos y me pidió que sustentara mis argumentos. Me quedé desconcertado. Había escrito que la cúpula dirigente de al-Qaeda está en suelo pakistaní. Por tanto le pregunté qué es lo que hacía falta sustentar. Ella me contestó que yo no puedo demostrar que al-Qaeda esté en Pakistán y que los pakistaníes dudan de que esa afirmación sea verdad.
Irónicamente, Pakistán está repleta de teorías conspiranoicas que no tienen siquiera las evidencias más básicas. Hay gente que cree que el 11 de septiembre fue una operación de la CIA, probablemente en sociedad con el Mossad. ¿Por qué? pregunto yo, ¿cuál sería el motivo? Para tener una buena excusa para invadir países musulmanes, es la respuesta que me dan. En otro programa de televisión, Islamabad Tonight, un panelista, por lo demás listo y viajado, me dijo que el presidente Obama quiere establecer bases militares permanentes en Afganistán. Le pregunté lleno de incredulidad: "¿Cree Ud. de verdad que el presidente Obama quiere eso?" Y él me contestó que sí y añadió: "No es cosa de personalidades. Es política de altos vuelos, el Gran Plan".
Se critica a Estados Unidos por "ocupar" Afganistán. Y también se le critica por haber abandonado Afganistán en los años 90 después de trabajar con Pakistán y Arabia Saudita para apoyar la insurgencia afgana contra los soviéticos. El resultado de ese abandono: anarquía que llevó al ascenso de los talibanes. A lo que respondí: "Entonces eso significa que hay 2 cosas que los americanos nunca deben hacer: irse y quedarse. ¿Qué tercera opción recomendaría Ud.?" Algo que por lo general provoca la risa de la audiencia y es que a los pakistaníes no les falta el sentido del humor.
En la Universidad de Karachi, debatí, uno tras otro, estos y otros asuntos relacionados. Mencioné que me parecía sorprendente que nadie jamás mencionase el genocidio de musulmanes negros en Darfur, la brutal opresión contra los que protestan en Irán, el sufrimiento de los chechenos y los uigures. Pero nadie lo hace, ni siquiera después de haber traído el tema a colación.
En cuanto al terrorismo, propuse que acordasemos que cualesquiera que fueren los agravios, no está bien abordarlos matando a los hijos de otras personas. A la mayor parte de la audiencia le pareció razonable, al menos en teoría. Al final de nuestro coloquio, me aplaudieron educadamente, hasta calurosamente. Pero un joven – afeitado y vestido a la manera occidental – me lanzó uno de sus zapatos. (Falló en su intento debido más a su falta de puntería que a mi agilidad). Casi todos los presentes en el auditorio parecían mortificados por lo sucedido. Me expresaron sus disculpas repetidas veces, incluso los alumnos que habían hecho preguntas hostiles y a quienes había respondido incisivamente. Echaron al alumno del zapato fuera del recinto. Y después me enteré que se fue con un pie descalzo hasta el club de prensa local. Al día siguiente, el incidente del zapato estaba en la primera plana de la mayoría de los principales periódicos y fue tema de debate en las páginas editoriales.
En la universidad de Quaid-i-Azam en Islamabad, un catedrático de Relaciones Internacionales respondió a mis observaciones aleccionando a los demás de la siguiente forma: "Las injusticias y el terrorismo son las dos caras de una misma moneda". Le contesté que el mundo nunca ha estado – y me temo que nunca estará – libre de injusticias. Pero según su razonamiento, nosotros no solo debemos aceptar el terrorismo sino que debemos darle carta blanca. Si decidiera abordar la injusticia del 11 de septiembre – o de Darfur – volando la universidad, ¿estaría eso bien según él? ¿Las dos caras de una misma moneda? El catedrático no cedió en su razonamiento pero, por lo menos, no me tiró sus zapatos. Y otros me dijeron que pensaban que yo tenía razón y que el profesor estaba equivocado.
En estos momentos, Pakistán está centrado en un debate histórico y lo está teniendo en medio de una guerra civil. Pakistán es un estado en la línea de fuego de un conflicto global. Durante un tiempo denominamos ese conflicto como la "Guerra contra el Terrorismo"; ahora no podemos ponernos de acuerdo ni en un nombre. Estoy convencido de que la mayoría de gente en Pakistán está del lado correcto del debate, la guerra civil y el conflicto global. Pero entre las lecciones que nos ofrece la historia está la siguiente: Cuando las mayorías moderadas tienen que enfrentarse a minorías radicales y decididas, no se puede garantizar el resultado.