En 1993, R. James Woolsey, a punto de convertirse en el primer director de la CIA que elegía el presidente Clinton, comentaba en un comité del Senado de Estados Unidos sobre la derrota del comunismo internacional: "Hemos matado a un gran dragón", a lo que agregó: "Pero ahora vivimos en una selva llena de una desconcertante variedad de serpientes venenosas. Y en gran medida, era más fácil chequear al dragón".
Años después, aún seguimos desconcertados. Las fuerzas militares de Estados Unidos han demostrado un ingenio y una adaptabilidad que son asombrosos, tal y como lo dije en un artículo anterior. Pero ¿han estado a la altura nuestros otros instrumentos de poder nacional ante los desafíos que presenta el yihadismo internacional?
En el nuevo libro Winning the Long War (Ganando la larga guerra), su autor Ilan Berman, vicepresidente de Política de acción del American Foreign Policy Council, presenta un convincente argumento de que ése no ha sido el caso y que más bien, Estados Unidos ha perdido "la iniciativa para dar la batalla en las áreas que dominan el conflicto de nuestros días: Ideología, comunicación estratégica, economía, derecho y desarrollo". Berman exhorta a recuperar ese espíritu de iniciativa que debería estar entre las más grandes prioridades de la nueva administración americana.
Puede que gran parte del problema derive de la falta de imaginación – algo que Woolsey también ha sugerido. Hizbolá utiliza un camión como bomba para atacar las barracas de los marines de Estados Unidos en Beirut (1983) pero a ningún funcionario americano se le ocurre – y toma medidas serias para prevenir – que los terroristas usen aviones de pasajeros para infligir daño a mayor escala.
Otro ejemplo: En 1979, los gobernantes revolucionarios de Irán prometen dar "muerte a América" y – como Berman precisa – adoptan una constitución que encarga al ejército clerical de Irán, el Pasdarán, con la tarea de "cumplir la misión ideológica de la yihad como Alá ordena: En otras palabras, eso conlleva ampliar la soberanía de la ley de Alá en el mundo entero".
Sin embargo, durante los años 80, se dio la bienvenida a muchos estudiantes iraníes a universidades americanas y europeas donde les enseñaron las capacidades que ahora están utilizando para construir armas nucleares y los misiles necesarios para lanzarlas. Technolytics Institute, un laboratorio de ideas especializado en ciberseguridad, pone a Irán entre otros 5 candidatos como la mayor ciberamenaza del mundo. En muchos casos, esos ciberexpertos también se formaron en Estados Unidos y Europa.
Un ex funcionario americano me dijo: "Calculo que un tercio de todos aquellos iraníes a los que se les concedió visas en los años 80, buscaban hacer carrera en informática. Si a éstos les agregamos los que estudiaban física, matemáticas, química y otras ciencias exactas, allí hay otro tercio. Y muchos de esos alumnnos iban a universidades realmente buenas".
Tampoco los responsables políticos americanos han hecho un buen trabajo en la batalla de las ideas. Berman señala que, desde el final de la guerra fría, las comunicaciones estratégicas de Estados Unidos han padecido "la muerte por mil cortes" y que el sistema actual está plagado de "disfunciones sistémicas".
Por ejemplo: Un consejo de administración (Broadcasting Board of Governors) supervisa la radio y teledifusion de Estados Unidos en el extranjero y está compuesto por voluntarios trabajando allí a tiempo parcial; por lo general son gente de negocios y figuras destacadas de los medios de comunicación. Berman cita a un miembro del Consejo que en 2002 dijo: "Tenemos que pensar en nosotros como un ente distinto de la diplomacia pública".
¿Por qué querría una entidad establecida con el fin de ejercer la diplomacia pública distanciarse precisamente de esa misión? ¿Qué misión pagada con el dinero del contribuyente emprendería en su lugar? ¿Por qué las administraciones Bush u Obama no han abordado esta contradicción? Puede que la respuesta vaya más allá de la simple falta de imaginación y sea una carencia de visión estratégica - y de competencia.
En el terreno de la ley, Berman encuentra que no lo hemos hecho mejor. La administración Bush "puso en marcha una iniciativa de gran envergadura para remodelar lo que algunos han denominado 'la ley del 10 de septiembre' buscando poder hacer frente de mejor forma a la amenaza contemporánea que presenta al-Qaeda y otros radicales islámicos. Pero lo que generó todo ello fue una enorme controversia tanto a nivel doméstico como internacional".
Por el contrario, la administración Obama "ha sido definida en gran medida por lo que no hará en el curso del conflicto actual. Por lo menos hasta ahora, no ha sabido conjuntar una agenda positiva para ahormar el sistema legal internacional de manera tal que facilite nuestra lucha".
Berman aplaude la labor del Departamento del Tesoro de Estados Unidos por haber emprendido la guerra económica contra el terrorismo confiscando o congelando cientos de millones de dólares que, de otra forma, habrían ido a parar a manos de al-Qaeda y organizaciones similares.
Pero no ha habido un esfuerzo serio para que "la economía internacional en su conjunto sea terreno inhóspito del que no se aprovechen grupos terroristas y regímenes radicales", para impedir que las multinacionales sigan "haciendo negocios como si nada con regímenes que patrocinan terroristas" o siquiera evitar que el dinero del contribuyente americano acabe ayudando a regímenes como el de Irán. La administración Bush nunca puso en su mira el talón de Aquiles de Irán: su dependencia de fuentes extranjeras para conseguir gasolina. El Congreso y la administración Obama están tomando en consideración – por fin, aunque de forma bastante titubeante – esta última opción, la mejor, para presionar de forma pacífica a los gobernantes de Irán.
Berman también es crítico con las iniciativas de los anteriores líderes americanos promoviendo la democracia en la región del Gran Medio Oriente. Por una parte, pusieron demasiada prioridad en llevar a cabo procesos electorales que, en el caso del Líbano y Gaza, beneficiaron a las milicias terroristas. Por otra parte, ha habido muy poco apoyo material y hasta moral para con los musulmanes disidentes y luchadores por la libertad. En este respecto, la administración Obama parece inclinada a hacer menos, no más.
"Si vamos a contener la acometida del radicalismo islámico, entonces tendremos que hacer algo más que simplemente seguir el camino por el que estamos transitando" decía Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes en el prólogo del libro de Berman. Lo más importante es que para ganar la larga guerra hará falta replantearse el conflicto emprendido contra Occidente y aprender cómo utilizar los instrumentos no militares del poder nacional con mucha mayor eficacia de la aplicada hasta la fecha.