En septiembre de 1988, el escritor británico nacido en la India, Salman Rushdie, publicó "Los Versos Satánicos", una novela que algunos vieron como una irreverente representación del profeta Mahoma. En febrero de 1989 – exactamente 10 años después de liderar la revolución islámica de Irán – el ayatola Jomeini publicó una fatwa tildando el libro de "blasfemo" y ofreciendo una recompensa por la cabeza de Rushdie.
Un mes después, Gran Bretaña rompió sus relaciones con Irán. Pero la mayoría de naciones respondieron débilmente, si es que respondieron en primer lugar. Y en 1998, Gran Bretaña reanudó sus relaciones con Irán después de que sus gobernantes hicieran una promesa vacía: Ni apoyarían ni impedirían operaciones para el asesinato de Rushdie en respuesta al decreto de Jomeini". Siete años más tarde, el sucesor de Jomeini, el ayatola supremo Ali Jamenei, confirmó la vigencia de la fatwa en un mensaje a los peregrinos musulmanes de camino a La Meca. Desde entonces, la Guardia Revolucionaria de Irán también ha declarado válida la sentencia a la pena capital.
No ha habido respuesta alguna por parte de Gran Bretaña, Estados Unidos, the Unión Europea y la ONU respecto a estos ataques que no son solamente contra Rushdie sino también contra la libertad de expresión – un valor occidental fundamental.
Tampoco las comunidades literarias del mundo se han enfrentado a los gobernantes de Irán en modo significativo. Por el contrario, un número notable de escritores occidentales ha actuado como apologistas del régimen teocrático. El columnista del New York Times, Roger Cohen está entre los más recientes – y destacados. A principios de este año, este periodista informaba que la comunidad judía en Irán "vive, trabaja y practica su religión en relativa tranquilidad".
En realidad, la comunidad judía de Irán se ha reducido en más de un 75% desde la revolución islámica, yendo de 100.000 a unas 25.000 personas. Y cualquiera que crea que los judíos iraníes que permanecen allí son libres de hablar sobre sus dificultades y temores con periodistas extranjeros como Cohen es un rematado bobo.
En enero, Roxana Saberi, un periodista americana de 32 años que ha trabajado para la Radio Nacional Pública de Estados Unidos (NPR), la BBC y otros medios, fue arrestada en Teherán con cargos de espionaje claramente falsos – los mismos cargos que los islamistas militantes le imputaron al periodista Daniel Pearl, al que ellos secuestraron y finalmente decapitaron en Pakistán.
El mes pasado, Saberi se vio precipitadamente sometida a juicio – en un día y a puertas cerradas – y la condenaron a 8 años de prisión. En rebeldía, el 21 de abril ella se puso en huelga de hambre. La hizo durante 15 días hasta que esta semana, según su padre Reza Saberi que es iraní, su salud se comenzó a deteriorar marcadamente.
Hasta sus compañeros periodistas han sido lentos en su apoyo. Estuve recientemente en un programa de radio de la BBC y el tema a debatir era si los medios occidentales son injustos con Irán. La mayoría de los participantes en el programa dijeron que pensaban que sí. También hubo quejas sobre el "prejuicio antiiraní" en Estados Unidos. Yo planteé el caso de Saberi, pero al moderador del programa no le interesaba el tema.
El 28 de abril en París, 4 miembros de Reporteros Sin Fronteras, una organización izquierdista que defiende la libertad de prensa, se pusieron en huelga de hambre en solidaridad con Saberi. Mis felicitaciones para ellos, pero permítanme que haga una modesta sugerencia: Reporteros Sin Fronteras debería organizar a periodistas, escritores y artistas en todo el mundo – de hecho, todo aquel al que le importe la libertad – a ayunar por lo menos un día en apoyo a Saberi.
Un día sin comer para centrar la atención del mundo en 30 años de opresión islamista (en la actualidad hay por lo menos 5 escritores y redactores más presos en Irán), en la crueldad con las minorías de Irán (que incluyen a baha'is, kurdos y homosexuales), en sus escuadrones de la muerte en Irak, en sus expresiones de intento genocida contra Israel y en su ilegal empeño de tener armas nucleares y misiles que los lancen.
Ejercer semejante presión podría ser particularmente útil ahora ya que el régimen ha prometido revisar la sentencia de Saberi – otra vez, en una audiencia cerrada a la prensa y al público. Y quizás una protesta popular podría inspirar a los gobiernos europeos para que muestren un poco de valentía – retirando a sus embajadores, expulsando a los embajadores de Irán e imponiendo sanciones serias hasta que Irán se comporte de manera civilizada. Quizá la ONU le podría exigir a Irán que cumpla sus compromisos según la Carta de las Naciones Unidas y otros acuerdos internacionales.
Sí, ya. El día que los chanchos vuelen en Teherán.