Hizbolá y sus patrocinadores extranjeros merecen crédito: Entienden la perversa psicología de Medio Oriente. Sabían que podían provocar una guerra contra Israel y luego lograrían que Israel fuese culpado por la devastación que inevitablemente vendría a continuación.
También sabían que si Israel fallaba en responder con contundencia a sus ataques terrestres y de misiles, podrían decir que Israel era cobarde. Y si Israel respondía con contundencia, podrían decir que Israel era un abusón, que su respuesta es “desproporcionada” incluso insistiendo en que Israel no les estaba causando serios daños.
Sabían que podían atacar a civiles israelíes y esconder a sus combatientes y sus armas detrás de civiles libaneses, en casas, hospitales, escuelas y mezquitas. Y a pesar de ello, sabían que cuando murieran mujeres y niños libaneses, podrían acusar a Israel de “crímenes de guerra”.
Hay que reconocerle el mérito a Hizbolá, así como a Siria e Irán por esto también: Entienden la psicología igualmente perversa de Europa, la ONU y la “comunidad internacional”. Hace dos años, la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU exigía el desarme de Hizbolá. Hizbolá se negó a acatarla. Como respuesta, la comunidad internacional colectivamente se encogió de hombros.
Entre tanto, Hizbolá ha estado recibiendo armamento cada vez más avanzado de manos de Siria e Irán, mientras las “fuerzas de pacificación” de la ONU en el sur del Líbano desvían la mirada.
Estos pacificadores se quedan en silencio incluso cuando Hizbolá dispara sus misiles a Haifa, la única ciudad de Medio Oriente donde judíos, cristianos y musulmanes coexisten con gran éxito. Y cuando Hizbolá usa a los por demás inútiles pacificadores de la ONU como escudos humanos y matan a algunos, la ONU y Europa se enfurecen, pero no contra Hizbolá por esta violación flagrante de derecho internacional, sino nuevamente con Israel.
Los líderes de Hizbolá se dieron cuenta, de forma correcta, que no pasaría mucho tiempo antes de que los europeos estuviesen pidiendo un alto el fuego, uno que recompensaría a Hizbolá permitiéndole que siga estando armado y haciendo efectivo el rechazo a la resolución 1559 de la ONU y de esta forma conseguir nuevas y mejores armas para uso futuro.
Muchos europeos y algunos americanos también están exhortando para que se ofrezca “incentivos” a Siria e Irán a cambio de que ayuden a terminar el conflicto que ellos mismos empezaron. ¿Y si Siria e Irán aceptasen estos premios, prometiendo poner freno a Hizbolá y luego no lo cumplen? Eso es lo bonito del apaciguamiento: Los apaciguadores siempre tienen algo extra que están deseosos de ofrecer y los apaciguados siempre tienen algo extra que están deseosos de recibir.
Hay que reconocerle el mérito a quien se lo merece: Los propagandistas de Hizbolá entienden cómo se manipula a los medios de comunicación occidentales. Les muestran a los reporteros edificios bombardeados y cadáveres. Les dicen: “Estos eran civiles inocentes. Aquí no había ni combatientes ni armas”. Los equipos de noticias cuentan lo que les han dicho y mostrado sin verificación alguna de por medio, quizá por ignorancia, miedo o ambas cosas. Hizbolá exagera sus éxitos en el campo de batalla y rebaja sus pérdidas; con contadísimas excepciones, los medios se lo tragan y lo regurgitan de vuelta.
Si hemos de hacer progresos en Medio Oriente, se debe empezar con un entendimiento de la psicología de Hizbolá y sus defensores. El objetivo inmediato de Hizbolá no es echar a los israelíes al mar – eso viene después – sino establecerse como la fuerza dominante en el Líbano, tanto política como militarmente. Si eso sucede, el sueño de democracia para el Líbano quedará nuevamente postergado. Cualquiera que quisiera vivir en el Líbano – “vivir” en sentido existencial – tendría que llegar a algún acuerdo con Hizbolá.
El objetivo de Siria es obvio: Quiere ser nuevamente el coloso del Levante. Con un Hizbolá curtido en la guerra que esté a su lado, Siria “restauraría la estabilidad” al Líbano, quizá regresando como potencia ocupante, asesinando a los patriotas libaneses con impunidad tal y como lo ha hecho en el pasado.
Y finalmente, las ambiciones de Irán: Nada menos que ser reconocido como el líder de la yihad global contra Occidente. Al Qaeda tendría que aceptar el estatus de socio menor en la guerra santa contra el Gran Satán y el pequeño Satán y todos los otros satanes variopintos.
Si Irán puede destacar su poder exitosamente contra Israel usando a su sustituto libanés, ¿qué le impediría utilizar a otras ramas de Hizbolá en otros rincones del mundo para alcanzar los mismos resultados? ¿Qué fuerza podría evitar que Irán consiguiese armas nucleares y las usase para imponer su voluntad donde y cuando se le antojase? ¿Una resolución de la ONU? ¿Una como la 1559 quizá?
Claramente, el logro de ninguno de estos objetivos está en el interés de los libaneses, israelíes, americanos o europeos, como tampoco se beneficiaría de semejante resultado la amplia mayoría de los árabes y musulmanes del mundo.
Pero hay que reconocerle el mérito a Hizbolá, así como a Siria, a Irán y a otros fascistas islamistas: Entienden la perversa psicología de sus enemigos, los infieles. Saben cómo confundirnos, dividirnos y con el tiempo, están seguros que lograrán mucho más que sólo eso.