SAO PAOLO, BRASIL – Cuando hace unos días llegue a esta capital comercial que crece desenfrenadamente para dar una conferencia sobre “democracia liberal” lo último que me esperaba era encontrarme en medio de una ola de terrorismo doméstico.
La violencia empezó en las cárceles de Sao Paulo. Pronto la policía en las calles se convirtió en objetivo – asesinatos por encargo de los jefes del crimen organizado que están en prisión. Mientras escribo estas líneas, el número oficial de muertos es de más de 100, incluyendo a más de 30 policías. Y muchos más han sido heridos.
Docenas de comisarías y estaciones de bomberos han sido atacadas, también un tribunal de justicia, por lo menos 10 bancos y varios bares en los que se reúnen los policías cuando salen del servicio. Se cuenta que los malechores han atacado autobuses y que les han disparado a los pasajeros. Otros autobuses han ardido en llamas. Los medios de comunicación locales informan que los criminales han estado usando ametralladoras, granadas, pistolas convencionales, rifles y cocteles Molotov.
La violencia es mayormente el trabajo de una banda poderosa que audazmente se autodenomina “Primer Comando de la Capital” (PCC). Enio Lucciola, portavoz del Departamento de Seguridad Pública del estado de Sao Paulo, llamó a estos ataques de la semana “los más despiadados y mortales… que alguna vez habían tenido lugar en Brasil”.
Se cree que el objetivo del PCC es muy directo: Mostrar quién manda aquí. Los líderes de la banda exigen respeto y deferencia, incluso aunque estén en la cárcel. Usan celulares para dirigir sus negocios criminales. Reciben visitas en privado – a veces para reuniones, a veces para placeres conyugales. Han llegado a ver estas medidas como sus “derechos”.
Sin embargo, cuando se decidió trasladar a algunos de los líderes del PCC de una cárcel en la ciudad a instalaciones rurales de alta seguridad, respondieron dando la orden de la revuelta. La policía se esperaba problemas, pero jamás nada como lo que ha sucedido.
El PCC se fundó en 1993 en una prisión de Sao Paulo. Saltó a la fama hace 5 años cuando organizó la revuelta carcelaria más grande en la historia de Brasil.
La policía afirma que el PCC hace su dinero a la antigua usanza: drogas y tráfico de armas, secuestros, robos bancarios y chantaje. Sin embargo, algunos periodistas brasileños me cuentan que están seguros de que el PCC tiene vínculos con organizaciones terroristas de la variedad izquierdista de Latinoamérica así como del tipo islamista militante en Medio Oriente.
El presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, dijo enigmáticamente que los “tentáculos de las bandas se extienden al mundo entero y que debemos usar mucha inteligencia” para derrotarlos.
Los medios de comunicación internacionales no han sabido informar extensamente sobre los lazos de la banda a la izquierda radical y a las organizaciones islamistas. Más bien lo que he oído ha sido a un “experto” de Harvard siendo entrevistado en televisión diciendo algo sobre la “desigualdad económica” en Brasil y citándolo como “la causa fundamental” de la matanza de policías.
Un informe de la BBC mencionaba a observadores anónimos que “advertían que la línea dura del gobierno” contra los criminales “que tienen largas sentencias en prisión sólo por pertenecer a una banda está fracasando. Las prisiones, lejos de resolver el problema del crimen organizado, puede que estén ayudando a echarle leña al fuego”.
De alguna forma eso es cierto. Se ha sabido desde hace tiempo que cuando se encarcela a criminales comunes con radicales y revolucionarios, tienden a compartir habilidades y forman alianzas.
Pero los colegas brasileños también le echan la culpa a la indulgencia que se le ha mostrado al crimen organizado en este país durante los últimos años, especialmente por los jueces, pero también por altos cargos en el gobierno federal, creen ellos.
Algunos, dicen, han hecho de la vista gorda con el crimen organizado porque han sido amenazados e intimidados. Otros porque se han corrompido.
Sin embargo, otros dicen que están filosóficamente en contra de tratar a los criminales y terroristas de forma dura y buscan excusas para dejarlos en libertad y para que disfruten de visitas privadas y de comodidades como los celulares.
“No vamos a darnos por vencidos ante el crimen organizado” decía el gobernador Claudio Limbo a los periodistas. Mis amigos brasileños esperan que eso sea verdad y que reciba el apoyo que necesita del gobierno federal. Pero no tienen mucha fe en ello.
Quizá no haya sido el momento más adecuado para venir a dar una conferencia sobre democracia liberal en Sao Paulo. O quizá es un momento especialmente adecuado para ello.