Una conocida iraquí servía como miembro en un municipio. Ella es chiíta y practicante. Había formado una alianza con otras mujeres iraquíes, chiítas, sunníes, cristianas; árabes y kurdas; creyentes y laicas. Todas se habían unido para tratar de alcanzar una meta común: Garantizar los derechos humanos básicos para todos los iraquíes.
Los miembros de la Armada Mahdi, la milicia leal al clérigo radical chiíta Muqtada al-Sadr, se enteraron de su activismo. Abordaron a su hermano y le dijeron que habían oído que ella “estaba trabajando con los americanos”. Su defensa a favor de las ideas occidentales de libertad y democracia era ofensiva, según le dijeron. Le sugirieron que renunciara a su puesto en el municipio. Le pusieron muy claro que si no lo hacía, la matarían.
Al día siguiente, ella presentó su renuncia.
Por coincidencia, el mismo día, una de sus socias de la alianza se enteró que su jefa Meysoun al-Hashemi, había sido asesinada, tiroteada junto a su guardaespaldas, camino al trabajo.
No ha habido reivindicación de responsabilidad pero el comandante de al Qaeda en Irak, Abu Musab al-Zarqawi, ha amenazado a cualquier sunní que tome parte en el nuevo gobierno electo de Irak. Y Meysoun al-Hashemi era una importante sunní, la hermana del nuevo vicepresidente iraquí, Tarek al-Hashemi. También era la directora del Departamento de Asuntos para la mujer del Partido islámico iraquí, la facción política sunní más grande del país. Es la segunda persona de la familia al-Hashemi a la que asesinan en un mes.
Quizá piense Ud. que, tan trágico como es esto, sólo sucede en Irak. Seguro que semejante intimidación jamás podría tener éxito en sociedades que han aprendido los hábitos de la tolerancia y la libertad. Pues, piénseselo.
Ayaan Hirsi Ali nació y se crió como musulmana en Somalia. Se trasladó a Holanda en donde pasó de limpiadora a miembro del Parlamento. Ha sido una persona abiertamente crítica con el islamismo militante. Como respuesta, los islamistas militantes le han hecho saber que a ella le puede pasar lo mismo que le pasó a Theo van Gogh.
Van Gogh, lo recordará Ud., era un cineasta holandés. Hizo una película basada en un guión de Hirsi Ali. La película hablaba de la violencia contra las mujeres en las sociedades musulmanas, un tópico que algunos musulmanes encuentran ofensivo.
El 2 de Noviembre de 2004 van Gogh fue asesinado. Su agresor, Mohamed Bouyeri, era un ciudadano holandés de 26 años, nacido en Amsterdam. Bouyeri le disparó 8 veces a van Gogh. Luego lo degolló con un cuchillo de carnicero. Y después lo apuñaló en el pecho. Dejó dos cuchillos en el cuerpo, uno de estos sujetaba en el cadáver un manifiesto de 5 páginas despotricando contra Occidente, los judíos y Hirsi Ali.
Desde entonces, el gobierno holandés ha dado protección policial a Hirsi Ali. Sin embargo, sus vecinos del complejo residencial en el que vive están tan preocupados por sí mismos que han demandado al gobierno para que la echen a la calle. Un tribunal ha fallado a favor de los vecinos, dictaminando el desahucio de Hirsi Ali porque los vecinos se sienten inseguros y eso viola sus derechos humanos.
En Estados Unidos, los islamistas militantes están aprendiendo lo sencillo que es restringir las libertades. Recientemente, prestigiosos periódicos como el New York Times y el Washington Post se abstuvieron de publicar las caricaturas danesas del profeta Mahoma a pesar de su validez como noticia: Habían despertado la controversia internacional. Los periódicos afirmaron que su moderación se debía al respeto por el islam, un respeto que nunca han mostrado con el cristianismo o el judaísmo.
Walden books y Borders fueron más cándidos explicando el porqué de su negativa a tener existencias de revistas que incluyesen las caricaturas: “Para nosotros, la seguridad de nuestros clientes y empleados es una prioridad máxima y pensamos que portar este número podría poner en peligro esa prioridad” dijo la portavoz de la compañía Beth Bingham.
No nos hagamos ilusiones sobre lo que está pasando: En Medio Oriente, Europa, Estados Unidos y demás países, se está librando una campaña de violencia e intimidación. Todavía no hemos empezado a contraatacar. Más bien disfrazamos nuestros miedos como sensibilidad, tratamos de apaciguar a los que nos amenazan y nos matan, mientras que permitimos que nos intimiden hacia la autocensura. Y sin duda, sabemos hacia dónde nos lleva ese camino.
En el último siglo, los nazis y los comunistas trataron de extinguir la libertad. Y contraatacamos. Ahora, hay nuevos matones a la vista. No hay garantía de que si contraatacamos, ganemos. Pero si no luchamos, la derrota será inevitable.