Para ser justos con nuestros enemigos, ellos sólo están haciendo lo que les nace por naturaleza. Nosotros somos la rara avis de la historia.
Se han librado guerras desde tiempos inmemoriales. La inmensa mayoría han sido por poder y recursos, para derrotar a civilizaciones rivales, para derrotar a “otros” odiosos.
¿Por qué peleaban los espartanos, persas, macedonios y romanos? ¿Qué motivó a Bonaparte a enfrentarse a los austríacos, otomanos, rusos e ingleses? ¿Qué hizo que el Japón imperial intentase conquistar Asia?
Hace casi mil años, Genghis Khan dio una respuesta cándida y clásica: “La alegría más grande del hombre es la victoria: Conquistar a sus enemigos, perseguirlos, privarlos de sus bienes, hacer que sus seres queridos lloren, montar sus caballos y aprovecharse de sus esposas e hijas”.
Claro que los agravios pueden ser un factor contribuyente. Los alemanes estaban enojados con Francia y Alemania por la forma como los trataron después de la Primera Guerra Mundial. Pero fue por dominar el mundo – no para resarcirse de insultos y lesiones – que los nazis dejaron un reguero de sangre de una punta a otra del continente.
Igualmente, mientras que los trabajadores pueden haber recibido un tratamiento injusto en la Revolución Industrial, los bolcheviques y los maoístas tenían algo más en mente que subir salarios y asegurar la asistencia sanitaria de los que trabajaban en las líneas de montaje.
Los nazis intentaron establecer el gobierno de la “raza aria”. Los comunistas intentaron unir a una franja más amplia de humanidad: A los obreros del mundo así como a los que tuviesen las uñas limpias pero que se autoproclamasen la vanguardia del proletariado.
El islamismo militante – la forma más dinámica y peligrosa de totalitarismo en el siglo XXI – está intentando atraer a 1.2 mil millones de musulmanes que viven en más de 100 países. Los no musulmanes son alentados a convertirse a esa fe. En realidad, Osama bin Laden espera que muchos lo hagan una vez que quede claro qué lado de esta lucha global tiene más ganas de poder.
Nuevamente, hay agravios para citar como justificación: La pobreza, el desempleo y la opresión que son plaga de muchas sociedades musulmanas; los militantes islamistas culpan a cristianos, judíos, hindúes y musulmanes “apóstatas” que colaboran con esos “infieles”. Aducen que “cruzados y sionistas” están robándose los recursos del islam.
Pero se omite el hecho que un cuarto de siglo de gobierno por mulás radicales haya dejado a los iraníes peor de lo que estaban antes de la revolución islamista. En la mente radical, el que los sheiks sauditas y del Golfo estén entre las personas más ricas del mundo no contradice esas alegaciones.
Bin Laden y sus hermanos ideológicos prometen que el conflicto que ha empezado no terminará hasta que los musulmanes tengan las tierras, el poder y el estatus que exigen y merecen. Los seres inferiores deben ser aniquilados o subyugados. El Califato, el antiguo imperio establecido por Mahoma en el siglo VII, debe resurgir – y las mezquitas se construirán allí donde hay iglesias y sinagogas. La tolerancia y el respeto mutuo entre las grandes religiones son, según su opinión, conceptos absurdos. Más que eso: Son blasfemos porque ponen a la verdadera religión al mismo nivel que las falsas.
Sólo hay un aspecto de todo esto que es nuevo y original: La convicción de Occidente de que ir a la guerra por tales objetivos está pasado de moda. La mayoría de americanos y europeos no se pueden imaginarse el luchar por otra razón que no sea defensa propia o contra intensa opresión.
Eso es admirable; pero lo es menos la falta de imaginación que lleva a tantos en Occidente a ver la “imagen en el espejo”, a hacerse ilusiones creyendo que todos miran al mundo con los mismos ojos que ellos lo hacen.
Ganar una guerra exige más que botas y balas. Exige un entendimiento de los motivos y objetivos del enemigo así como la percepción de cuán intensamente decidido está a ir por la victoria.
Los americanos y europeos postmodernos pueden creer que las guerras de conquista son obsoletas, una descartada reliquia del pasado. Hasta puede que vean la guerra como una aberración, una interrupción antinatural de lo que ellos se han sugestionado en creer que es el estado “normal” de coexistencia pacífica. Pero nuestros enemigos ven el mundo de manera distinta. Su perspectiva es mucho más clásica.
“La guerra es el tema y el argumento común y corriente de toda la historia” comentaba Sir Walter Raleigh a principios del siglo XVII. El desear que ya no sea así no lo convierte en algo real. Nosotros, los infieles, pretendemos que sea así pero es bajo nuestro propio riesgo.