¿Hollywood es un caso perdido? Más de 4 años después de los atentados terroristas del 11 de Septiembre de 2001 y los magnates del cine en Estados Unidos parecen no tener ni idea de quién nos atacó, el porqué o qué tipo de guerra estamos librando.
No es que los cineastas no hayan tratado de comprenderlo. Lo que pasa es que simplemente están atascados en... bueno, no en su propia estupidez, sino en la idea fija de la época de Vietnam que dice que cuando nos encontramos con el enemigo, resulta que el enemigo somos nosotros mismos.
El intento más ambicioso para tocar el tema de la nueva lucha global, hablando cinematográficamente, es Syriana, protagonizada por George Clooney y Matt Damon. La vi en sesión privada en Washington, en ese tipo de eventos que los publicistas preparan para dar la impresión de que la película es tomada en serio por “la comunidad que diseña las políticas a seguir”
Después de la proyección, participé en una mesa redonda junto con Stephen Gaghan, el guionista/director de Syriana, así como con el ex agente de la CIA, Bob Baer, que inspiró el personaje de Clooney. Otros panelistas, de ambos lados del espectro político, hicieron causa común en un punto: Que la creciente dependencia americana del petróleo proveniente de otras partes del mundo, en las que se predica el odio hacia Estados Unidos, es un enorme problema. (La coalición que se dedica al tema con mayor efectividad es www.SetAmericaFree.org.)
Pero Syriana no hace ningún intento por enfrentarse al angustioso hecho de que cada vez que llenamos el tanque, estamos patrocinando a los que conspiran con matarnos.
En su lugar, la película de Gaghan se centra en los villanos “políticamente correctos” – la mayoría de ellos, americanos, especialmente el ahora tan conocido hombre de negocios blanco que rebosa avaricia y malevolencia. Los funcionarios del gobierno americano son adulones de los titanes corporativos. Un “Comité por la liberación de Irán” se compone de hipócritas sólo interesados en dinero y poder.
El tratamiento más comprensivo está reservado para… (¿lo adivina?) los terroristas. Al personaje de Clooney -- el agente de la CIA que está harto del mundo – le aconsejan que consiga primero la autorización de Hizbolá antes de regresar a Beirut. La solicita y la recibe, de parte de un duro pero amable líder terrorista en el que sí se puede confiar que cumplirá su palabra, no como los americanos....
Nadie menciona que sólo al-Qaeda supera a Hizbolá en su matanza de americanos. No hay ni rastro de que Hizbolá es financiada por los mulás iraníes, ricos gracias al petróleo y que por más de un cuarto de siglo han prometido dar “¡Muerte a América!”
Todo esto es especialmente decepcionante porque Gaghan no parece un cabeza hueca de Hollywood al estilo Michael Moore. Parece un hombre inteligente con la intención de hacer una película seria acerca de un tema inmensamente importante. En el panel, afirmó no tener ninguna agenda política y detesta el “agit-prop” que se hace pasar por arte. Además se la ha pasado viajando bastante por Medio Oriente.
Elogió a Paul Berman, autor del libro “Terror and Liberalism” como uno de los análisis más perspicaces que se han escrito sobre la totalitaria amenaza islamista. Incluso citó a Sayyid Qutb, el inspirador ideológico del movimiento que ha matado a inocentes en Nueva York, Madrid, Londres, Amán y en tantos otros lugares.
Pero nada de esto se ve reflejado en la película de Gaghan. En vez, hacia el final de Syriana, vemos a un guapo joven pakistaní camino de su misión suicida para volar un buque petrolero. El personaje de Matt Damon aconseja a un príncipe árabe bueno (los americanos no han podido corromperlo a diferencia que con su hermano). El personaje de Clooney corre a avisar al buen príncipe que la CIA planea asesinarlo a instancias de esos corruptos americanos.
En The New Republic, el crítico de cine Stanley Kauffmann se entusiasma porque Syriana “impresiona” ya que es “tan aparente que está al tanto de detalles confidenciales acerca de la forma de cómo se manipula a Medio Oriente a nuestras espaldas y por encima de nosotros”.
El mismo día que leí esa crítica de cine, abrí el periódico para encontrarme con que un príncipe saudí había donado 40 millones de dólares a Harvard y Georgetown para “ampliar sus programas de estudios islámicos”. Recordará Ud. que el príncipe Alwaleed Bin Talal Alsaud también trató de donar 10 millones de dólares a Nueva York poco después del 11 de septiembre de 2001. El entonces alcalde Rudolph Giuliani se rehusó a aceptar porque Alwaleed también exhortaba a Estados Unidos a “reexaminar” sus políticas en Medio Oriente.
Escribe Paul Berman: “Muchísima gente por lo demás inteligente ha decidido, a priori, que todos los grandes problemas del mundo provienen de Estados Unidos. Hasta los problemas que no tienen nada que ver”.
También escribió: “Cómo puede una sociedad libre perdurar más de un corto período es una de las más antiguas y desconcertantes preguntas en la historia de la filosofía política”.
O bien el director/guionista Stephen Gaghan se saltó esos pasajes del libro o decidió que esas preguntas no son interesantes. Lo cual me lleva a creer que Hollywood es, en verdad, un caso rematadamente perdido.