Si las tropas americanas no estuvieran en Irak, tendríamos que enviarlas allí.
Por lo menos ése sería el caso si los americanos fuésemos serios acerca de la lucha contra el islamismo militante. La verdad es que al Qaeda en Irak es la rama más activa y eficientemente letal de ese movimiento transnacional. Mes tras mes sangriento, su comandante, Abu Musab al-Zarqawi, despliega suicidas, secuestra rehenes y los degüella.
No parece ni de cerca que Osama bin Laden sea tan diligente.
Zarqawi es maligno pero no es tonto. Si su meta fuese simplemente que los americanos se fueran de Irak, hay una forma sencilla de lograr ese fin: Dejar de pelear. Si él y sus seguidores se quedaran quietecitos por, digamos, unos 6 meses, los comandantes militares americanos probablemente llegarían a la conclusión –muy aliviados—que su misión fundamental habría sido alcanzada.
Bajo presión de miembros republicanos del Congreso con las miras puestas en las elecciones de 2006, la Casa Blanca reduciría sustancialmente el número de tropas. Se supondría que, con al Qaeda fuera de la ecuación, las unidades iraquíes podrían encargarse de unos cuantos miles de insurgentes baazistas.
Una vez que los americanos se fuesen, Zarqawi podría empezar su ofensiva, debilitando al gobierno, usando atentados y asesinatos nuevamente, y luego montando un golpe de estado.
Pero es que Zarqawi no hace eso –debemos suponer—porque su objetivo no es sacar a los americanos de Irak sino que quiere ser visto en las pantallas de televisión del mundo entero peleando contra los americanos; y, piensa él, que finalmente recibirá el crédito de haber forzado a los americanos a salir corriendo con el rabo entre las piernas. Se erigiría en leyenda. Demostraría que bin Laden tenía razón después de todo: Estados Unidos es como las Torres Gemelas, se le ve grande y fuerte pero cuando le pegas, se desploma rápidamente.
Debería ser obvio que Estados Unidos no se puede dar el lujo de perder contra al Qaeda en Irak. El que Estados Unidos esté luchando contra al Qaeda en Irak de la mejor forma posible es debatible. Andrew F. Krepinevich, Jr., un teniente coronel retirado del ejército y autor de un apreciado libro sobre Vietnam, sostiene en el número de Septiembre/Octubre de Foreign Affairs que aunque la Administración Bush tiene los objetivos correctos, le falta una estrategia coherente para alcanzarlos. “EEUU y sus socios de la Coalición nunca se han decidido por una estrategia para acabar con la insurgencia” insiste el autor.
Los críticos de la Administración, agrega, tampoco han aplicado ningún pensamiento estratégico. Ellos simplemente han propuesto “un acelerado programa de retirada” con vagas esperanzas de lo que pueda pasar después de eso.
Krepinevich defiende el caso de “la estrategia de la mancha de aceite”. Él haría que las fuerzas militares americanas e iraquíes suministraran seguridad intensiva en áreas claves y que luego gradualmente extendieran su control sobre secciones adicionales del país – “de allí deriva la imagen de la mancha de aceite que se extiende”.
La reconstrucción y el desarrollo deberían ser confinadas a las áreas aseguradas por cuestiones de seguridad, porque los recursos son limitados y para poder dar mayores incentivos a las poblaciones iraquíes que ayuden con su propia defensa. Los comandantes americanos que muestren aptitud para este tipo de guerra no convencional –no para el tipo de guerra que los planificadores del Pentágono prepararon en décadas recientes— deberían ser promovidos y mantenidos en el campo en lugar de estarlos rotando.
Se pueden diseñar otras estrategias y deberían tomarse en consideración. Por ejemplo, se podría preparar un argumento sólido para hacerle la guerra –cuanto antes, mejor— a regímenes como Siria e Irán por estar suministrando material de apoyo a las fuerzas que tienen como objetivo a los americanos.
Hace poco más de 2 años, cuando Estados Unidos fue a Irak, la creencia generalizada era que las bombas inteligentes y la sofisticada tecnología americana “conmocionarían e intimidarían” al enemigo destruyendo sus ganas de luchar. No por primera vez, se subestimó a este enemigo. La pirotecnia no lo desconcertó.
En su lugar, el enemigo ha encontrado una manera de usar vívidas imágenes sangrientas, televisadas para “conmocionarnos e intimidarnos”. Un número cada vez mayor de americanos en casa –aunque pocos en el campo de batalla—han perdido las ganas de luchar y ahora aducen que Estados Unidos debería aceptar la derrota. Para algunos –Cindy Sheehan y sus amigos, por ejemplo— la derrota es lo que Estados Unidos se merece.
En otras palabras, el principal enemigo de Estados Unidos tiene una estrategia seria. El trabajo de la Casa Blanca y el Pentágono es estar completamente convencido de que Estados Unidos tiene una estrategia que es mejor.