Ser una superpotencia no es como ser un duque o un conde. No es un título hereditario, ni un estatus con el que uno se quede aunque su posición se vuelva modesta. Ser una superpotencia es más como ser el campeón de peso pesado. Ud. se queda con el título siempre y cuando esté dispuesto a luchar por él y siempre y cuando Ud. sea mejor que cualquier contrincante que tenga enfrente.
Gran Bretaña alguna vez fue una superpotencia. Hubo una época en la que podía hacer lo que hace una superpotencia: Proyectar fuerza y tener influencia sobre los acontecimientos del globo. Después de la Segunda Guerra Mundial perdió esa capacidad.
Por generaciones, la Unión Soviética fue considerada una superpotencia. En los años 80, sin embargo, se hizo evidente que el régimen comunista estaba en un declive profundo tanto en lo económico como en lo militar. Su derrota por las guerrillas islámicas en la vecina Afganistán fue seguida de la caída del Muro de Berlín. Eso marcó el fin de un imperio y de una era.
Hoy, se dice, que Estados Unidos es la última superpotencia que queda. Pero, ¿lo es? Sus enemigos piensan que no lo es. La derrota de Estados Unidos en Vietnam, su apresurada retirada de Beirut después del atentado suicida de Hizbolá en 1983, su retirada bajo fuego en Mogadishu 10 años después, éstos y otros acontecimientos dieron paso a la teoría de que la fortaleza americana es una ilusión: Puede que Estados Unidos luzca alto y fuerte, pero dele un golpe y se desploma – muy parecido al World Trade Center. Eso es lo que los islamistas militantes buscan lograr.
Irónicamente, fue inmediatamente a continuación de los ataques del 11 de Septiembre de 2001 que Estados Unidos parecía más con derecho a ser llamado superpotencia. Las fuerzas americanas derrocaron rápidamente a los talibanes en Afganistán. Luego, en Irak, Estados Unidos hizo que Saddam Hussein huyese de sus palacios y se refugiase en un hoyo de araña.
Pero pasados muchos meses de eso, la capacidad de Estados Unidos para hacer valer su voluntad ha sido amargamente puesta a prueba. Los terroristas e insurgentes en Irak nunca han ganado una sola batalla contra las fuerzas americanas. Pero – como los líderes políticos y militares americanos han entendido con pasmosa lentitud – no les hacía falta ganarlas.
En estos días para ser percibido como el vencedor, sólo basta con hacer que la sangre siga fluyendo frente a las cámaras día tras día. Eso es fácil de hacer: En Irak, al igual que en mucho de la región, no hay escasez de dinero contante y sonante (gracias al apetito occidental por el petróleo), ni de explosivos (debido a décadas de militarización) ni tampoco de individuos en busca de las eternas recompensas del martirio (habiendo sido indoctrinados por clérigos radicales).
Ni siquiera importa si los cuerpos que se amontonan son de soldados “infieles” o de civiles musulmanes. De cualquiera de las formas, la carnicería se cuenta como una pérdida para Estados Unidos y una victoria para la “resistencia”. Es una perspectiva distorsionada, militar y moralmente, pero es la perspectiva dominante dentro de los medios de comunicación y de las élites intelectuales.
Entretanto, el régimen islamista de Irán está usando grupos terroristas – Hizbolá en particular – para proyectar su poder de forma global, mientras que simultáneamente busca armas nucleares y la forma cómo lanzarlas. El objetivo es claro: Convertirse en superpotencia en el siglo XXI, vagamente concebida en la superpotencia que surgió en el siglo VII y que a partir de entonces dominó al mundo por casi mil años.
Permitir que esto suceda significaría un error de proporciones históricas, similar al de permitir el ascenso de Hitler en los años 30. Sin embargo, ahora como entonces, sólo un pequeño porcentaje de europeos está dispuesto a hacer lo que sea necesario para presentarle resistencia a la tiranía.
Eso le deja el problema a Estados Unidos para que lo resuelva. Pero no va a ser fácil que Estados Unidos actúe como la solitaria superpotencia en un momento en el que hay cada vez más dudas de si Estados Unidos aún es una superpotencia, dudas de si Estados Unidos tiene las ganas o la forma de ganar las guerras postmodernas y determinar el futuro.
Si Estados Unidos decide aceptar el reto, puede que no tenga éxito. Si abandona la lucha, su fracaso está garantizado. Y si una superpotencia fanática, rica en petróleo, nuclear y patrocinadora de terrorismo se levanta en Medio Oriente, las consecuencias serán terribles.
Vencer en el actual conflicto global no va a ser tarea fácil. Exigirá una enorme determinación, valor, energía y creatividad. Habrá bajas. Habrá reveses. Los americanos no seremos queridos. Seremos vilipendiados, no sólo por nuestros enemigos sino también por aquellos a los que buscamos defender.
En el pasado, los americanos han estado a la altura de esos desafíos. Se negaron a rendirse o a darse por vencidos ante los que reconocieron como enemigos de la libertad. Pronto sabremos si la actual generación está hecha de la misma madera resistente.