Probemos con esta idea: Imagínese que Hamás anunciara que inmediatamente dejará y renunciará a lanzar misiles contra Israel, que no habrá ataques de ese tipo en el futuro, y que liberará a Gilad Shalit, el soldado de Israel secuestrado hace más de 2 años y medio y al que mantienen incomunicado desde entonces – ni siquiera se permite a la Cruz Roja que lo vea. ¿Qué sucedería entonces?
Los israelíes moderados ejercerían presión sobre su gobierno para hacer un gesto recíproco: detener los ataques aéreos contra los centros de comando y control de Hamás, sacar a los terroristas palestinos de cárceles israelíes y poner en marcha negociaciones de paz serias.
Pero cualquiera que sepa algo sobre Hamás también sabe que un panorama así es inimaginable. Hamás se creó para luchar y ganar guerras santas – no para buscar la paz y cantar kumbayá con los infieles. Hamás quiere un estado palestino en el lugar de Israel - no al lado de Israel. Y para Hamás, prevenir la matanza palestina no es una prioridad. Esto no es una calumnia, es un hecho. Como el parlamentario de Hamás Fathi Hamad dijo elocuentemente: “Deseamos la muerte como ustedes desean la vida”. En 2005, los israelíes emprendieron un experimento de la vida real.
Pensaron: “Los palestinos tienen una reivindicación: nuestra ocupación de Gaza y Cisjordania - aunque en realidad administramos esos territorios como consecuencia de una guerra puesta en marcha para aniquilarnos. Pero si nuestra presencia provoca violencia, veamos cuáles son los resultados de nuestra ausencia”. Ese verano, Israel retiró a cada uno de sus soldados y colonos de Gaza. Cada lugar de oración y cementerio fueron eliminados. Pero les dejaron los invernaderos.
Los palestinos podrían haber respondido usando esos invernaderos para cultivar flores para la exportación. Podrían haber construido fábricas, escuelas, hospitales y hoteles a lo largo de sus playas mediterráneas. Si ésa hubiera sido su elección, los israelíes moderados seguramente habrían hecho otras concesiones – por ejemplo, también desarraigando a los israelíes de la Margen Occidental y ofreciendo negociar la división de Jerusalén.
En vez, claro está, los palestinos destrozaron los invernaderos y pusieron a Hamás a cargo de Gaza. Desde entonces, Hamás no ha hecho nada para estimular el desarrollo económico. Sin embargo, sí se ha lamentado de la indigencia creciente de la Gaza desocupada – culpando a Israel de esa indigencia por “tenerla sitiada” – y exigiendo que se le dé ayuda, especialmente Israel, que se la ha dado (al igual que Estados Unidos) incluso cuando los misiles han seguido cayendo.
Ya deberíamos haber entendido que cuando los funcionarios de Hamás juran luchar contra la “ocupación”, se están refiriendo a todo territorio en el que los israelíes ahora ejercen la autodeterminación. Osama Hamdan, representante de Hamás en el Líbano, dijo: “Nuestra meta es liberar toda Palestina, desde el río [Jordán] hasta el mar [Mediterráneo]…” De forma similar, Mahmud Zahar, representante de Hamás ha dicho: “No reconocemos al enemigo israelí, ni su derecho a ser nuestro vecino, ni de permanecer, ni su propiedad sobre ningun centímetro de tierra”.
Ésta no es una simple postura de negociación, en la cual pueda haber un compromiso una vez que los diplomáticos gestionen las reuniones. Más bien se trata de una convicción religiosa. El artículo 11 de la Carta Fundacional de Hamás especifica inequívocamente que “la tierra de Palestina es un un Waqf [don] islámico consagrado para futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio Final. Nadie puede renunciar a ella o a parte de ella, tampoco abandonarla por completo o parte de ella”.
En la opinión de Hamás, un musulmán debe cumplir su deber y luchar la guerra por la destrucción de Israel. Alternativamente, un musulmán puede eludir ese deber. No hay tercera opción.
Probemos con una idea final: Imagínese que Hamás alcanza su meta y logra algún día borrar a Israel del mapa. ¿Sería ése el final del conflicto mundial emprendido por los militantes islamistas?
¿O no se sentirían llenos de energía y envalentonados los jomeinistas de Irán – los principales benefactores de Hamás – al-Qaeda, los talibanes, el Lashkar-e-Taiba y grupos similares? Habiendo vencido al “Satán Chico”, ¿qué probabilidad habría para convencerlos de que dejasen de enfrentarse al “Gran Satán” en la búsqueda del poder y la gloria que creen merecer?
Por el contrario, si Israel puede dar un golpe que inutilice a Hamás, la misión de los yihadistas militantes parecería haber perdido la autorización Divina. Como mi colega, el historiador Michael Ledeen, ha observado: “Nada es más devastador para un movimiento mesiánico que la derrota”.