Hace unos meses, estaba escuchando una entrevista con un productor de la televisión pública que había estado como corresponsal en Irán. Decía que, a pesar de casi 30 años bajo un régimen revolucionario islamista, Irán sigue siendo un país asombrosamente normal. Por ejemplo, visitar una mezquita le recordaba a “luteranos rezando en los estados centrales de Estados Unidos”. Sí, salvo que garabateado en una pared de ese templo de oración, había un mensaje que rezaba “Muerte a Israel”, algo que uno no ve a menudo en Sioux City. Sin embargo, su “guía” le dijo que no tomara eso en serio. “Así hablamos nosotros, los iraníes”, explicó el guía. “Como cuando nos quedamos atascados en el tráfico, decimos: ‘¡Muerte al tráfico!’”
El productor encontró tranquilizadora aquella explicación, además de consistente con la opinión de muchos diplomáticos, académicos y periodistas. Esta gente piensa que las declaraciones genocidas articuladas por las élites iraníes en el poder son solamente retóricas y no las ven como declaraciones de intenciones que describren cómo Irán, de forma lenta pero segura, está desarrollando la capacidad necesaria para llevarlas a cabo. Según esta narrativa, todo lo que Irán quiere realmente es respeto y, finalmente, un acercamiento con Occidente.
Ze'ev Maghen, un conferenciante especialista en historia islámica y lengua persa asi como jefe del departamento de Estudios de Oriente Medio en la universidad Bar-Ilan en Israel, está convencido de que esta apreciación es absolutamente incorrecta. En un informe político que ahora está disponible también en ensayo para la revista Commentary, sostiene que las “amenazas iraní-islamistas contra la existencia de Israel son sinceras e indican la decidida búsqueda de alcanzar esos objetivos de forma extremamente tenaz”.
Hará treinta años el próximo mes que la monarquía constitucional de Irán se derrumbó. El Sha huyó y el ayatolá Jomeini volvió a Irán del exilio para declarar allí el establecimiento del “gobierno de Dios” en la tierra. En adelante, cualquiera que se opusiera o discrepara sería visto como que “se rebelaba contra Dios”.
Como joven corresponsal extranjero, me enviaron a Irán para cubrir la transición. Y mientras que los cánticos de “¡Muerte a América!” eran comunes, no fue hasta octubre de 1979 - después de que la mayoría de otros periodistas y yo mismo habíamos salido de Irán – que los estudiantes universitarios partidarios de Jomeini atacaron la embajada de Estados Unidos y tomaron como rehenes a sus inquilinos.
Con el paso de los años, los lemas antiamericanos y antiisraelíes han llegado a ser tan omnipresentes en Irán como la suave música de fondo que se escucha en los centros comerciales de Estados Unidos. Maghen señala que los aficionados al fútbol gritan estos lemas cuando se meten goles en los partidos y en respuesta a los buenos solos de sitar en las salas de conciertos.
“Incluso durante el haj, el peregrinaje musulmán anual a La Meca, los participantes iraníes han sustituido sus jaculatorias tradicionalmente piadosas como por ejemplo “¡Oh Señor, yo estoy a tu servicio, no hay nadie superior a ti!” con sesiones de maldiciones en persa dirigidas contra los enemigos hebreos y de habla inglesa de todo lo que es santo. Al igual que los “Dos minutos diarios de odio” en el libro 1984 de George Orwell, esta forma de vomitar veneno es el mantra sobre el cual se ha criado una generación entera de iraníes” explica Maghen.
La sabiduría popular sostiene que una repetición tan implacable drena de su significado a las palabras y que la mayoría de los iraníes no abrigan “ningún odio verdadero” contra judíos, israelíes o americanos.
Sin embargo, Maghen dice que cualquier persona familiarizada con la psicología de masas sabe que “las atrocidades verdaderamente espantosas en la historia de la humanidad – esclavitudes, inquisiciones, terrorismos, genocidios – se han perpetrado a sangre fría, no con la sangre caliente por la agitación del momento o como resultado de una urgencia inmanente sino en nombre de una ideología que trasciende y como resultado de un cuidadoso adoctrinamiento.”
El autor añade que “al caracterizar a todo un pueblo como una infestación de parásitos, demonizándolo, deslegitimándolo y deshumanizándolo en casa, en la escuela, en la mezquita y en los medios, [el régimen iraní] ha preparado en las mentes iraníes y en las de sus correligionarios vecinos, la base moral para la extirpación del estado de Israel”.
Maghen cree que a corto plazo, los líderes iraníes seguirán adelante con sus esfuerzos “para crear una atmósfera en la cual la masacre de una gran cantidad de judíos y la destrucción de su clase política independiente sean consideradas una posibilidad tolerable, por no decir legítima”. A largo plazo, trabajarán en favor del dominio islamista más allá de Oriente Medio. Jomeini tenía la intención de extender la revolución islámica, primero a nivel regional y con el paso del tiempo a nivel global.
La nueva administración americana probablemente se embarcará en una nueva ronda de conversaciones con Teherán. Maghen cuenta con que los negociadores iraníes pidan a Estados Unidos “que entreguen el enclave o puesto de avanzada imperialista de Occidente conocido como Israel” a cambio de una promesa de reconciliación. El trato no necesita ser tan evidente como la exigencia de Checoslovaquia por parte de Hitler en Munich en 1938. Más bien, a Estados Unidos se le puede pedir solamente que presione a Israel para que haga concesiones peligrosas para su seguridad. Puede que eso sea todo lo que los líderes iraníes necesiten para avanzar con sus objetivos genocidas – ésos que tan explícita y abiertamente buscan.