¿Quién dice que uno no puede tenerlo todo? Los demócratas, la izquierda, tienen ahora la Casa Blanca, el control de ambas cámaras del Congreso, una mayoría de los gobernadores estatales, una mayoría de legislaturas estatales, la industria del entretenimiento, los medios de comunicación de la élite, los sindicatos, el entorno educacional, la mayor parte de la comunidad filantrópica y un creciente poder sobre la justicia.
¿Usara el presidente electo Barack H. Obama ese impresionante poder para consolidar la defensa de Estados Unidos en una época de conflicto mundial y para restañar la economía de Estados Unidos en un período de angustia financiera? ¿O su meta será solidificar el control de la izquierda con vistas a largo plazo, por ejemplo, acabar con la radio conservadora y quizá con otros focos de resistencia en los medios, aumentando el porcentaje de americanos dependientes de programas gubernamentales y usando la política en materia de inmigración y reconfigurando distritos electorales para crear una mayoría demócrata permanente? Vaya uno a saber.
Hay algo que dice mucho sobre Obama: Es un político excepcional, capaz de ganar el apoyo de Louis Farrakhan, líder de la Nación del Islam, y Kenneth Duberstein, el antiguo jefe de personal del presidente Reagan; de William Ayers, terrorista impenitente, y de Christopher Buckley, hijo de William F. Buckley, fundador del conservadurismo moderno; de Rashid Khalidi, enemigo de Israel, y Edgard Bronfman, antiguo líder del Congreso Mundial Judío. Aquí les dejo una predicción no muy osada: De aquí a un año, habrá gente profundamente decepcionada.
Thomas Jefferson acertadamente dijo que “cada generación necesita una nueva revolución”. ¿Podría ésta ser la nuestra? Ya sé que el martes tuvimos unas elecciones, no una insurrección. Pero busque en el diccionario lo que significa “revolución” y verá que significa “cambio” – cambio repentino, radical o fundamental. ¿No es eso lo que ha estado prometiendo Obama? El problema con las revoluciones es que muy pocas tienen éxito. La Revolución Americana fue una excepción en gran medida porque los revolucionarios padres fundadores de Estados Unidos no eran utópicos: Creían que el pueblo tiene derecho al autogobierno – incluso si lo hacía mal. Veían la libertad como un medio, pero no reivindicaban que pudieran prever los fines. Entendían que ningún sistema de gobierno, aunque fuera ingenioso, puede garantizar la felicidad – sólo el derecho de buscar ese evasivo estado de cosas.
La más ambiciosa Revolución Francesa, que vino a continuación, se deterioró al punto tal que llegó a conocerse como la “Época del Terror” - ejecuciones en masa que Robespierre justificó como “justicia rauda, severa, inflexible”. Con el permiso de Zhou Enlai, no es “demasiado pronto para decir” que la Revolución Francesa fue un fracaso.
En el siglo XX, las revoluciones en Rusia y China fracasaron a una escala aún mayor: Millones de inocentes asesinados, encarcelados y torturados, nuevamente en nombre de la justicia.
Y pronto se cumplirán 30 años de la revolución iraní. No tenemos idea de cuánto dolor el fascismo teocrático infligirá al mundo.
Pero regresemos a temas más prosaicos: John McCain no ganó las primarias del Partido Republicano – él no derrotó a Rudy Giuliani, Mitt Romney, Mike Huckabee, Fred Thompson y a los demás. Más bien, cada una de estas campañas implosionaron o se vieron minadas – McCain fue el último hombre que quedó en pie.
Yo pensé que era posible que algo similar sucediera en las elecciones generales. Si la campaña se hubiera convertido en un referéndum sobre Obama – su falta de experiencia, sus conexiones con tantos tipos indeseables y radicales – una mayoría de americanos bien podría haber decidido esperar al menos algunos años antes de darle las llaves del Air Force One.
En otra era, los medios de comunicación podrían haber cumplido con su deber de sondear a conciencia y revelar al público tanto como pudieran sobre Obama. Pero los días de una prensa ferozmente independiente, imparcial, estricta pero justa se han terminado. Demasiados periodistas americanos se han convertido en partidistas, propagandistas y lacayos. Eso también es un tipo de revolución.
En otra era – digamos hace 4 años – grupos políticos independientes habrían centrado la atención del público en estos temas. Una razón por la que no sucedió esta vez: Restricciones en el debate político – aderezadas como “reforma de financiación de campañas políticas” y origalmente propugnadas por nada más y nada menos que John McCain.
Aquellos que ayudaron a los veteranos de guerra a contar su historia sobre su servicio bajo el mando de John Kerry fueron advertidos por sus abogados que les costaría algo más que dinero si eran responsables de anuncios políticos que cuestionaran la aptitud de Obama para el cargo presidencial. Se les entregarían citaciones y se verían teniendo que responder ante hostiles comités del Congreso. Y también podrían sufrir otras formas de acoso.
Claro que el mismo McCain habría podido presionar para que este asunto estuviera presente entre la opinión pública. Pero él no estaba muy dispuesto o no se vio capaz de hacer lo que hacía falta. Aunque es un militar de carrera, sólo disparó balas de goma y anduvo con rodeos.
También ha habido otros factores, suficientes como para llenar libros – que sin duda se escribirán. Mientras la seguridad nacional fue el asunto más importante para los votantes, McCain estaba en la lucha por la presidencia. Pero cuando la economía entró en barrena, McCain desperdició su ventaja. Se apresuró en regresar a Washington para demostrar que él era de los que cogen al toro por las astas. Pero unirse a los políticos confusos y quejumbrosos que habían provocado la crisis no fue algo que realzara su imagen como maduro estadista.
A Obama lo asesoraron bien al indicarle que siguiera adelante con su campaña electoral y se mantuviese en su mensaje, ofreciendo “esperanza” y prometiendo el “cambio”. Pronto descubriremos lo que eso significa realmente.