No desde los tiempos de la quema de libros por los nazis en los años 30, se había visto la libertad de expresión tan amenazada como hoy. Se lanzan bombas incendiarias contra las editoriales, se asesina a cineastas, se amenaza a escritores y caricaturistas, se lleva a investigadores a los tribunales, se restringe la libertad de expresión usando falsas “comisiones de derechos humanos” y a la ONU. Éstas son algunas de las formas como los islamistas militantes, sus posibilitadores y sus apologistas, están intentando silenciar a sus críticos.
La intimidación es otra. Funciona en los campus universitarios y dentro del establishment de la política exterior. Lo que me pasó recientemente puede ser pedagógico.
Participo en una comunidad virtual de usuarios entre especialistas de política exterior, ex funcionarios de inteligencia, servicio exterior y personal militar, académicos y especialistas de centros de investigación política.
Uno de ellos posteó un artículo sobre un intento de “atenuar” las creencias religiosas de los detenidos en Irak antes de dejarlos en libertad. Un ex embajador (por respeto a la privacidad no incluyo nombres) escribió que “por fin estamos aprendiendo algo del éxito saudita” en este campo.
Le pregunté si los sermones que se predican en las mezquitas que patrocina el gobierno de Arabia Saudita en la actualidad eran generalmente mesurados. Yo tenía entendido que los clérigos sauditas se refieren con frecuencia a judíos y cristianos en términos claramente desagradables y hostiles.
Él contestó que según su experiencia, “la mayoría de los sermones en mezquitas sauditas abogan por la paz así como por el respecto hacia el judaísmo y el cristianismo”.
Hice hincapié en que no hace mucho, un profesor saudita que hizo comentarios positivos sobre los judíos y el Nuevo Testamento fue condenado a 750 latigazos y a una condena en prisión. Le cité un editorial de Nina Shea, cuando ella estaba en Freedom House, sobre los libros de texto de las escuela sauditas que ofrecen “ideología del odio contra cristianos, judíos y musulmanes que no siguen la doctrina wahabí”.
Consulté una página web de MEMRI, organización que traduce material en árabe y encontré algunos sermones que no sonaban tan respetuosos ni pacíficos, por ejemplo: “Los cristianos y los judíos son infieles, son enemigos de Alá”, “Los judíos: Descendientes de cerdos y monos”, “Los musulmanes deben educar a sus hijos en la yihad y en el odio a judíos y cristianos”.
El embajador y yo podríamos haber seguido en esta línea respondiendo cada post – en total desacuerdo pero siempre manteniendo un tono educado – por un tiempo. Pero otro miembro de la comunidad, un académico árabe-americano se metió en la conversación. Manifestó que se estaba sintiendo “cada vez más incómodo con las afirmaciones consideradas legítimas dentro de ciertos círculos del sector de la seguridad en Washington DC – especialmente las de Cliff”.
“No me asusta en especial tener ‘padres NASCAR’ o ‘madres de jugadores de hockey’ temiendo y odiando algo con lo que tienen poco contacto directo, como el islam, los musulmanes y el mundo islámico” escribía. “Ya que he llegado a asumir la peligrosa ingenuidad de estas personas en estos últimos años, por lo general voy por la vida en estos Estados Unidos, mientras nos tomamos algunas cervezas, burlándome, pero con delicadeza, de sus miedos y quejándome de mi adorado equipo New Orleans Saints.
Sin embargo, es verdaderamente aterrador que opiniones tan mal documentadas se suelten sin más dentro de un grupo de élite, de expertos en seguridad que son de alto nivel, respetados dentro de la profesión, probados, con buenos contactos y bien establecidos en Washington”.
Y procedió no a argumentar contra mis opiniones sino a insistir que “para tener una opinión respetable sobre este asunto se requiere conocimientos avanzados del idioma árabe y asistir durante un largo periodo de tiempo en varias mezquitas en diversas partes de Arabia Saudita”.
Es decir, como no hablo árabe y no he pasado tiempo en mezquitas sauditas (y a pesar del hecho que está generalmente prohibido que los “infieles” hagan eso) entonces me debo callar.
En cuanto a Freedom House y MEMRI, dijo él que “estas fuentes no son ni neutrales ni fiables”. Siguió adelante para tildar a MEMRI de “extensión pública de la inteligencia israelí”.
Aunque este hombre no tenía “ninguna duda de que en ocasiones se decían cosas desagradables dentro de ciertas mezquitas en Arabia Saudita,” añadía que estaba seguro que “también se decían cosas desagradables en ciertas iglesias, sinagogas y mezquitas en Estados Unidos”.
“Como americano que sería indolentemente clasificado como “musulmán” si en este país reventara el tipo de violencia etno-sectaria que se ha visto en Irak, me temo que este extremismo es muchísimo más grande que el que se ve a veces en Arabia Saudita”.
También dijo: “Me siento afortunado de pertenecer a esta comunidad virtual, ya que creo que me daría algo así como un aviso temprano si me fuera necesario emprender un rápido viaje a la frontera y pedir asilo político en otro país si alguna vez me viera en la necesidad de salvarme junto a mi familia”.
Me queda chico este espacio para poner toda mi respuesta, pero sí le dije que mientras él jugaba su papel de víctima y de temer a cristianos americanos, judíos y hinchas de NASCAR, “hay gente amenazando de muerte, secuestrando aviones y estrellándolos contra rascacielos y semejante equivalencia moral es absurda, indignante y un insulto a la inteligencia”.
Si algún miembro de la comunidad virtual estaba de acuerdo conmigo, se lo guardaron para sí mismos. De hecho, el embajador me reprendió por haber ido “tan lejos”. ¿Existe una amenaza para la libertad de expresión en la premisa de que no es “legítimo” criticar el discurso del odio que emana de Arabia Saudita – patria de 15 de los 19 terroristas que nos atacaron el 11 de septiembre de 2001, un país cuyos ciudadanos, bañados en petróleo, siguen financiando el terrorismo en el mundo entero? Usted tiene derecho a su propia opinión – al menos por ahora.