Se ha convertido en la ortodoxia y William Tucker, escribiendo en The Weekly Standard, lo expresó más elocuentemente: “En este momento, estamos intentando que nuestros automóviles funcionen con etanol de maíz en vez de con gasolina. Como consecuencia, de pronto nos encontramos quitándole la comida de la boca a los niños de países en desarrollo. Eso puede sonar duro, pero también sucede que es verdad”.
Piense lo siguiente por un momento: La sugerencia es que los agricultores americanos están cultivando maíz principalmente para alimentar a niños del Tercer Mundo. Y puesto que la gente de estas naciones carece no solamente del alimento sino también del dinero, se asume que los contribuyentes americanos deben comprar este maíz para ellos y pagar el envío a través del océano para que les llegue.
Es decir, implícito en este argumento está la noción de que los países en desarrollo no se están desarrollando para nada y quizás nunca lo hagan. Más bien deben depender de los americanos para su subsistencia. ¿Es eso lo que creemos? ¿Es ése el modelo – un Tercer Mundo como receptor permanente de ayuda y bienestar americanos – que aceptamos y vislumbramos para el futuro?
Como reportero, fui testigo cercano de hambrunas. Sé que son una pesadilla. Cuando hay una hambruna, no se puede hacer nada más que conseguir comida lo más rápidamente posible para llenar el estómago de los hambrientos.
Pero es un error terrible ver la hambruna como el estado natural del mundo “en desarrollo”, creer que la gente en lugares como África debe permanecer por siempre desamparada, incapaz de producir el suficiente alimento incluso para alimentar a sus familias. Vaya con la suave intolerancia de las bajas expectativas.
La gente a menudo piensa que la ayuda y el desarrollo son una única disciplina. En realidad son más como polos opuestos. Desarrollo significa ayudar a la gente para que aprenda a producir su propio alimento y para sus vecinos. Con un poco de desarrollo, una nación puede evitar la hambruna, incluso en años de sequía y de otros desastres naturales. Ayuda es lo que uno da cuando el desarrollo falla.
Pero en el momento que uno envía en comida gratis, los precios locales se desploman y se pauperiza a esos agricultores que han conseguido sembrar sus cultivos y que quieren vender sus cosechas, ganar dinero, mejorar sus tierras y aumentar su producción en el futuro.
En África, donde alguna vez estuve como corresponsal jefe en África del New York Times, la gente no es pobre porque esté poco dispuesta a trabajar o porque no tengan capacidad para la agricultura o porque la tierra carezca del potencial para producir con generosidad. La gente es pobre en gran parte porque se ve oprimida por gobiernos que van de lo inepto a lo tiránico.
En muchos países africanos, un agricultor tiene que venderle su cosecha al gobierno a un precio fijo – y artificialmente bajo. Un agricultor que hace mejoras a sus terrenos – por ejemplo, construyendo embalses – está incitando a funcionarios codiciosos para que se adueñen de su propiedad. Etiopía sufrió en los años 80 la peor hambruna de los últimos tiempos. Pocos se dieron cuenta de que los soldados etíopes sí tenían en abundancia para comer, mientras que los agricultores se morían de hambre por miles. ¿No es esto algo muy revelador?
Si los gobiernos del Tercer Mundo y los que lo posibiltan en la “comunidad internacional” son la primera causa del hambre, la segunda causa es la vertiginosa subida del precio del petróleo: Ha aumentado su precio 10 veces en 10 años. Esto está volviendo demasiado caro que el pequeño agricultor opere sus tractores, compre fertilizante y transporte sus excedentes al mercado. Con todo, no se ha visto disturbio alguno en Haití o El Cairo protestando contra Arabia Saudita, Irán y otros miembros de la OPEP por manipular el sumisntro de petróleo para subir los precios: En 1999 el suminstro de petróleo mundial se vendió por 350.000 millones de dólares. Este año será de 4 billones de dólares. El impacto que eso tiene sobre el precio de los alimentos es enorme – y no es tan difícil de calcular.
La mayoría de americanos entiende que necesitamos comenzar a sustituir el petróleo como nuestra única fuente de combustible para el transporte. Nuestra seguridad nacional y salud económica a largo plazo dependen de ello. Los competidores que prometen más en este momento son los combustibles de alcohol (etanol y metanol) hechos de una variedad de fuentes (no sólo de maíz). Brasil, que utiliza la caña de azúcar para hacer una alternativa a la gasolina, no importa ningún petróleo extranjero - y Brasil no está experimentando escasez de alimento, ni siquiera esta teniendo que beber sus mojitos sin azucarar. Simplemente están cultivando suficiente caña para ambos fines.
Otros países en vías de desarrollo podrían seguir este modelo. Podrían utilizar las cosechas indígenas, los residuos de las cosechas, la hierba mala y, posiblemente, plantas de bioingeniería desarrolladas específicamente para producir combustibles en su propio beneficio y para vender al exterior. En vez de importar alimento americano como caridad y de enviar cualquier dinero en efectivo que tengan a los miembros del cártel de la OPEP a cambio de petróleo con precios inflados, podrían importar equipo americano para la agricultura a precios de mercado, sería lo mejor para su propia alimentación y para producir artículos adicionales de exportación.
Pero los regímenes que se benefician más de los altos precios del petróleo no quieren nada de esto. Sobre todo, no quieren que haya competencia alguna. Por tanto, van vendiendo la idea de que los combustibles alternativos son poco prácticos, ecológicamente desastrosos, o que “le quitan la comida de la boca a los niños de países en desarrollo”.
Compradores, cuídense.