Estados Unidos está en guerra contra al Qaeda – en eso seguro que podemos coincidir – y sabemos que al Qaeda tiene bases en Pakistán. De hecho, es probable que Osama bin Laden viva en alguna de esas bases. Pero no podemos luchar contra al Qaeda en Pakistán porque Pakistán es un aliado y América no viola la integridad territorial de sus aliados.
Al Qaeda está activa en Gaza, según los servicios de inteligencia egipcios y jordanos. Al Qaeda apoya a Hamás que acaba de librar una guerra civil sangrienta – y exitosa – contra al Fatah, su rival palestino. Pero no estamos a punto de invadir Gaza en busca de al Qaeda. Incluso Israel, que se retiró de Gaza hace dos años, no está ávido de volver allí.
En el Líbano, se cree que Fatah al-Islam, que lucha contra el gobierno, está vinculado a al Qaeda. Pero la última vez que las tropas de Estados Unidos estuvieron en el Líbano, fueron atacadas por suicidas enviados por Hizbolá, organización terrorista dirigida por el régimen de Teherán. No hay forma de que Estados Unidos envíe tropas al Líbano otra vez.
Hay grupos vinculados a al Qaeda en Somalia. Hemos apoyado a las tropas etíopes que luchaban allí. Pero una iniciativa seria contra al Qaeda en Somalia dirigida por Estados Unidos parece poco probable.
Células de al Qaeda operan en Europa. Pero es problemático que operativos americanos maten o capturen terroristas allí: Hacerlo desencadena acusaciones de la “comunidad de derechos humanos” y de los medios de comunicación sobre violaciones de leyes internacionales, tortura y prisiones secretas. También, como ha sucedido en Italia, puede llevar a procesamientos criminales de americanos que se piensa están involucrados. Por tanto, la capacidad de Estados Unidos para luchar contra al Qaeda en Europa es limitada.
Probablemente también hay células de al Qaeda en Estados Unidos. Uno tiene la esperanza de que el FBI los esté controlando. Pero hasta que los miembros de estas células cometan delitos, no hay mucho que se pueda hacer. ¿Sobre qué base se habría podido arrestar al cerebro de los secuestradores del 11 de septiembre de 2001, Mohammed Atta, el 10 de septiembre de 2001?
Además, algunos jueces y activistas legales están insistiendo ahora que incluso los combatientes ilegales en Estados Unidos tienen derecho a disfrutar de todos los derechos que gozan los ciudadanos americanos. Si esta opinión se impone, luchar contra al Qaeda dentro de Estados Unidos se convertirá en algo incluso más difícil.
Eso nos deja sólo con dos lugares en los que sabemos con toda seguridad que al Qaeda y sus socios están operando activamente – y de forma muy letal – y donde Estados Unidos puede enviar a sus mejores guerreros contra ellos con la aprobación de los gobiernos locales electos. Esos lugares son, por supuesto, Irak y Afganistán.
Pero muchos políticos, mirando las encuestas que muestran a los americanos cansados de una guerra que no se suponía fuera a ser tan prolongada o ardua, ahora prefieren irse de Irak – batiéndose en retirada del campo de batalla que al Qaeda llama el frente central de su yihad contra nosotros.
¿Y alguien cree seriamente que, después de salir de Irak, no saldríamos rápidamente también de Afganistán? ¿Cuántos ataques suicidas de academias de policía, mercados y mezquitas harán falta para lograr sacarnos fuera – matanzas de las cuales los principales medios de comunicación, como de costumbre, no culpan a los asesinos sino a la “ocupación extranjera”?
Si allí es donde los miembros del congreso desean llegar, deberían ser honrados sobre adónde nos conduce todo eso: al Qaeda seguirá con la guerra contra nosotros, pero nosotros estaremos librando algo que a duras penas podrá llamarse guerra contra al Qaeda.
Ciertamente, la guerra que hemos estado luchando no es la guerra a la que los americanos nos apuntamos cuando el presidente Bush tomó la decisión de ir a Irak hace cuatro años. En el siglo XX, los conflictos internacionales tenían la forma de grandes ejércitos europeos enfrentándose. En el siglo XXI, los estrategas del Pentágono pensaron que los conflictos consistirían en breves batallas decisivas con pocas tropas americanas, bien entrenadas y blandiendo armas de alta tecnología para producir “conmoción y pavor” y así resquebrajar la voluntad de los enemigos a luchar.
Nuestros enemigos tenían otros planes. Decidieron luchar de forma oculta – secuestrando, torturando y masacrando a cualquier víctima a mano, confiando en grupos clave de Occidente que los no culparan a ellos de la carnicería sino a nosotros, de un modo tal, que erosionara nuestra voluntad para luchar.
Las guerras de hoy, escribe el analista militar Tom Donnelly, son “como la lucha fronteriza del siglo XIX – en el oeste americano pero también en los remotos puestos fronterizos del Imperio británico... la primera directriz para las fuerzas terrestres de Estados Unidos no es capacidad de despliegue, ni de movilidad, ni de letalidad, sino de sostenibilidad”.
Y en este momento, la sostenibilidad parece ser la capacidad que más falta – pero no a las tropas de Estados Unidos en el campo de batalla, sino a la clase política en Washington. Hace casi una década, Osama bin Laden dijo que los americanos no estaban “preparados para luchar guerras largas”. Seguro en su refugio pakistaní, bin Laden debe estar satisfecho al constatar que su análisis está demostrando ser extraordinariamente acertado.