A los que vean el mundo a través de un prisma partidista, el voto en el Congreso de Estados Unidos la semana pasada para seguir financiando a las tropas americanas en Irak parece una derrota para los demócratas. Por el contrario: Esos demócratas que se negaron a legislar una derrota militar americana – a pesar de la intensa presión de una campaña bien financiada, bien organizada por la izquierda – merecen un gran reconocimiento.
Ninguna persona seria duda que Estados Unidos está en guerra contra movimientos islamistas que buscan la destrucción de Occidente. Entre esos movimientos, ninguno es más amenazador que el de al Qaeda. Y los combatientes más activos y mortales de al Qaeda está en Irak.
Recientemente, Ayman al Zawahiri, segundo de abordo de al Qaeda, envió una carta a Abu Hamza al Muhajer, líder de las fuerzas de al Qaeda en Irak. En ella, al Zawahiri reconforta a Muhajer diciéndole que una gran victoria histórica está al alcance de la mano, que Estados Unidos pronto será expulsado de Irak. Entre las tácticas que Zawahiri y Muhajer creen que están demostrando ser efectivas: asesinar a mujeres y niños inocentes para alimentar la lucha sectaria.
Puntualicemos que si el presidente Bush no hubiese derrocado a Saddam Hussein, los terroristas de al Qaeda, en su gran mayoría, no estarían en Irak, estarían en alguna otra parte. Pero el hecho es que: Ahora están en Irak. Están allí porque consideran Irak - una capital rica en petróleo en el mundo árabe – como el teatro de operaciones más importante en lo que ellos dicen es una lucha global de poder.
Creen que están erosionando nuestra voluntad para luchar contra ellos en Irak. Y quizás estén haciéndolo. Pero si pueden alcanzar esa meta en Irak, ¿hay razón para pensar que no podrán alcanzarla también en otras partes del mundo?
Los gobernantes de Irán también son enemigos de Estados Unidos. Después de casi 30 años, debería ser obvio que el grito “¡Muerte a Estados Unidos!” no es sólo un lema pegadizo: Es una meta a largo plazo. Y ellos creen que es una meta que están alcanzando porque nosotros no hemos hecho nada durante las tres últimas décadas para hacerlos dudar. Ni cuando atacaron nuestra embajada y tomaron como rehenes a nuestros diplomáticos, ni cuando ordenaron a Hizbolá la matanza de nuestros marines en Beirut, ni cuando mataron a nuestros soldados en las Torres Khobar.
Y mientras avanzan para adquirir armas nucleares, ayudar y favorecer a los que matan a nuestras tropas en Irak y secuestran a académicos americanos invitados, nosotros no hacemos prácticamente nada. Para ellos, parece que el ayatolá Ruhollah Jomeini, padre de la revolución islamista iraní, tenía toda la razón cuando dijo: “Estados Unidos no puede hacer absolutamente nada”.
La historia de la guerra se ve marcada por las innovaciones: la silla de montar y el estribo, el arco, la pólvora, el cañón, la caballería mecanizada, los aviones y misiles, entre ellas.
Los enemigos de Estados Unidos están probando ahora una innovación igualmente revolucionaria. Están procurando descubrir si es posible derrotar a una superpotencia con poco menos que suicidas, explosivos en las carreteras activados por celulares y una voluntad feroz de poder. Utilizan estas armas para matar a cualquiera que puedan: infieles o musulmanes, combatientes o no combatientes, hombres, mujeres y niños por igual.
Uno podría haber pensado que tales matanzas indiscriminadas provocarían la indignación y la rebeldía de la comunidad internacional. Pero la comunidad internacional es selectiva en lo que provoca su indignación: ¿informes (que poco después demostraron ser falsos) de guardias americanos en Guantánamo maltratando coranes? Absolutamente. ¿Decapitaciones y libros de instrucción ilustrados de al Qaeda sobre tortura? Eso aburre.
El Congreso ha autorizado la financiación durante cuatro meses para el general David Petraeus, el nuevo comandante de Estados Unidos en Irak. En septiembre, hará falta que demuestre que está haciendo progresos con su nueva estrategia de traer refuerzos y tropas móviles, no para ponerlas en las grandes bases sino lanzándolas a las duras calles de Bagdad y de la provincia de Anbar que está infestada de operativos de al Qaeda. Mientras él hace eso, Ryan Crocker, el nuevo embajador de Estados Unidos en Irak, debe presionar tan firmemente como pueda para que los líderes de Irak asuman compromisos arriesgados y duras responsabilidades.
¿Fue un error invadir Irak? La mayoría de americanos ahora piensa que sí. Algunos acusan a Bush de engañarnos, algunos creen que lo engañaron. Otros creen que Bush subestimó a nuestros enemigos y sobrestimó la capacidad de agentes y analistas de inteligencia, de planificadores del Pentágono y de los partidarios en el Departamento del Estado de construir naciones (el llamado nation-building).
Ese tema será discutido por generaciones. En este momento, la pregunta más acuciante es ésta: ¿Cómo ganar en Irak, entendiendo que el fracaso sería un duro revés para la seguridad y los intereses vitales de Estados Unidos? La respuesta, al menos en parte, es darle al general Petraeus y al embajador Crocker la ayuda que requieren – y no enviando señales a al Qaeda y a Irán de que sólo les falta unos cuantos atentados suicidas más para una gran victoria histórica.