Imagínese que es el año 2009 y que hay un demócrata en la Casa Blanca. Él (o ella) determinará que la misión americana en Irak ha fracasado irremisiblemente. ¿Qué sucederá después?
No sería una exageración decir que Kenneth Pollack y Daniel Byman – analistas de política exterior durante la administración Clinton y firmes candidatos a servir en una futura administración demócrata – han propuesto una respuesta usando como medio un “artículo de análisis”.
Pollack y Byman, actualmente investigadores del Saban Center de la Brookings Institution, no discuten que la derrota de Estados Unidos en Irak se haya convertido en inevitable. Es demasiado pronto para saber si la nueva estrategia de contrainsurgencia siendo actualmente implementada por el general David Petraeus tendrá o no éxito, y ellos tampoco están entre los que defienden que se socave esta misión.
Pero ellos sí creen que quien sea el que se siente en la Oficina Oval debería tener un plan B de reserva; un curso de acción que, en el caso de que Irak se derrumbe, proteja intereses americanos tanto como sea posible. “La consecuencia de una guerra civil iraquí podría ser desastroso” escriben ellos. “Es imperativo que Estados Unidos desarrolle un plan para contener una guerra civil total... Estados Unidos tiene demasiados intereses estratégicos en juego en Oriente Medio como para ignorar las consecuencias” y abandonarlo todo.
Si Estados Unidos se retirara de Irak dejando atrás un gobierno que no sea competente con su propia defensa, Pollack y Byman predicen que los políticos tendrán que escoger entre “opciones terribles y peores”. La mayor parte del país podría ser invadido por grupos sunníes vinculados a al Qaeda y por grupos chiítas vinculados a Irán. Debemos esperarnos la matanza de cientos de miles de iraquíes en campos de batalla y en actos de terrorismo. Y millones más huirían.
Los autores sugieren crear campos de refugiados “a lo largo de las fornteras de Irak dentro del territorio iraquí”. Proteger los campos, prevenir que sean atacados por extremistas – mientras que al mismo tiempo hay que evitar que los refugiados desborden países aliados de Estados Unidos como Jordania y Kuwait – “requeriría el uso extenso y continuado de las fuerzas americanas”.
Será necesario una “gran iniciativa de inteligencia y reconocimiento” para identificar refugios preparados por grupos terroristas antiamericanos. Se necesitará desplegar poder aéreo y/o fuerzas especiales para destruirlos.
Es casi seguro que el flujo de petróleo iraquí se vea interrumpido. Será imperativo que se haga una planificación avanzada del impacto sobre la economía de Estados Unidos y la del mundo.
Byman y Pollack concluyen que éstas y otras tácticas “podrían ser amoldadas a una estrategia más amplia para evitar que una guerra civil iraquí desestabilice la región entera”. Advierten que “en caso de guerras civiles totales, la historia ha demostrado que pasos graduales y soluciones a medias, frecuentemente son algo desastroso... La firmeza americana de estabilizar Irak de forma barata y de posponer la toma de decisiones difíciles han sido parte importante de los desastres que se han sucedido desde 2003”.
Lo que es más útil de este informe, en mi opinión, es que hace un serio intento de anticipar resultados desagradables y facilita respuestas que podrían mitigar el daño. El porqué la Administración Bush ha fallado no haciendo más y mejores planes de contingencia para los peores casos sigue siendo un trágico misterio.
Al mismo tiempo, muchos de los remedios prescritos por Pollack y Byman me parecen algo casi rayando en la medicina milagrosa. Por ejemplo, proponen trazar “líneas rojas” y dejar saber a Teherán que cruzarlas “provocaría una respuesta americana directa sea como presión política, económica, y hasta militar”. A la fecha, Estados Unidos ha sido incapaz de aplicar eficazmente tales presiones – incluso como respuesta al papel del régimen en el asesinato de soldados americanos y de la búsqueda continuada de armas nucleares. ¿Cuántas probabilidades hay, después de una retirada americana de Irak, de que responsamos de una forma más fornida?
Y las exhortaciones a “mejorar la estabilidad regional” para “hacer el gran esfuerzo de estabilizar el Líbano y revitalizar el proceso de paz de Oriente Medio” entre israelíes y palestinos suena bien pero, de verdad... ¿hay algo por hacer que no se haya hecho ya?
Más concretamente, leyendo a Pollock y Byman cuando describen lo catastrófico que sería una caída iraquí y cuánto esfuerzo – como mínimo militar – tendría que hacer Estados Unidos para proteger sus intereses, llevan a una clara conclusión: La misión del general Petraeus debe recibir apoyo pródigo y bipartito en la medida que haya cualquier posibilidad de éxito. Eso sería lo mejor para Estados Unidos y también para el próximo presidente, más si se trata de que él (o ella) podría ser del Partido Demócrata.