Los abogados de Lewis Libby están interponiendo recursos de apelación de forma discreta mientras que en privado el Presidente Bush sopesa los argumentos a favor y en contra de un perdón presidencial. Pero ahora no es el momento de que esta controversia se diluya. Ahora es el momento de que empiece en serio. No es momento de correr un tupido velo cuando se trata de que se ponga en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos.
Las buenas noticias: Nunca hubo conspiración alguna por parte de Libby u otros de la Casa Blanca para desvelar la identidad de agentes secretos. El nombre de Valerie Plame fue filtrado por primera vez al periodista Robert Novak por Richard Armitage, un funcionario del Departamento de Estado que no buscaba hacer daño a Plame o a su esposo, Joseph Wilson. (Esto es algo muy obvio para cualquiera que conozca un poquito a Armitage; sin duda alguna, el fiscal ad hoc Patrick Fitzgerald habría presentado cargos contra él si fuese de otra forma).
Las malas noticias: La CIA sí envió a Wilson – un embajador jubilado sin habilidades investigativas pero con una evidente parcialidad en contra de la Administración Bush – para que condujera una investigación enormemente delicada.
La clave para esa decisión fue la recomendación de Plame. A pesar de la insistencia de Wilson afirmando que su esposa no jugó ningún papel en el asunto, se envió un memorándum de Plame a favor de Wilson al Consejo de Operaciones de la CIA. Ese memorándum fue recuperado y revelado por los investigadores del Senado de Estados Unidos.
Entre las preguntas sobre seguridad nacional que este asunto despierta: ¿No tenían los funcionarios de la CIA agentes calificados que pudiesen asignar? ¿O fue que no consideraban la investigación sobre si Saddam Hussein había intentado comprar uranio en África algo que mereciera la pena prestarle verdadera atención?
¿Y no tuvieron en cuenta el conflicto de intereses? Ya que la CIA fue negligente al no exigir a Wilson que mantuviera su misión para la CIA como confidencial, le estaban dando una credencial que éste podría usar para captar lucrativos clientes. Esos clientes lo verían como un experto de inteligencia que conoce bien las interioridades de la agencia y sus emolumentos enriquecerían el hogar Wilson-Plame. ¿Es habitual que la CIA otorgue semejantes regalos a sus empleados?
Sabemos que la misión de Wilson salió mal. Regresó del África muy seguro de que Saddam no había intentado conseguir uranio. No saltó la alarma cuando en febrero de 1999, Saddam envió una “delegación comercial” a Níger, país del que Irak obtuvo uranio inicialmente en 1981 (como lo confirma el Informe Duelfer).
Gracias a la investigación periodística de Christopher Hitchens, también sabemos que esta misión comercial la encabezaba Wissam al-Zahawie, el experto número uno de Saddam en tema nucleares. ¿Fracasó Wilson en su intento de descubrir ese hecho? ¿O es que supuso que al-Zahawie fue a Níger por sus aguas?
Es fundamentándose en la misión de al-Zahawie que la comunidad de inteligencia británica sigue respaldando su conclusión – confirmada por dos comisiones independientes – de que Saddam sí buscó uranio en África. Eso fue lo que el Presidente Bush afirmó en su discurso del Estado de la Nación de 2003. Wilson respondió con un editorial en el New York Times titulado “Lo que no encontré en África”, el cual llevó a Bob Novak y otros periodistas a intentar comprender quién era Wilson y por qué la CIA lo había escogido como su agente en Níger. Y es cierto que algunos funcionarios de la administración intentaron dar respuestas veraces a las preguntas de los periodistas. Para poder ver un escándalo en esto, uno tiene que ser un tonto o un acérrimo partidario. (Y en Washington abundan ambos).
Los fallos y juicios erróneos de la CIA en esto y en otros temas deberían ser investigados por un panel que propusiera al Presidente y a los comités congresionales que supervisan a los servicios secretos formas de arreglar lo que no funciona bien.
Con respecto a Libby, él no contribuyó al mal funcionamiento de la CIA. Si en algo mintió, por la razón que sea, eso está mal. Pero ya perdió su trabajo, su reputación ha quedado manchada, sus finanzas personales y su vida familiar están hechas trizas. ¿No es eso suficiente castigo ya? ¿No es hora de pasar a otra cosa?
En nombre de la equidad, tome en consideración que Sandy Berger, ex consejero de seguridad de Clinton, robó documentos secretos, se los metió entre sus pantalones para sacarlos y los escondió en una zona de obras. No irá ni un solo día a prisión. El Presidente Clinton también le mintió a un jurado. No perdió su trabajo, no fue a la cárcel y ha sido tratado con respeto por su sucesor en la Casa Blanca.
Mientras tanto, Valerie Plame, que persuadió a sus superiores para que mandaran a su esposo a una misión para la que no estaba calificado y de la que trajo información errónea que supo colocar bien y al alcance del público gracias a periodistas crédulos, va a recibir 2.5 millones de dólares por su “historia”. Me juego a que será más que nada una fábula que omitirá todos los hechos reales relevantes que he mencionado en este artículo.