En Irak, no hemos estado perdiendo en el choque de armas sino en el choque de percepciones. Nuestros enemigos entendieron muy al principio que no podían derrotar en combate a las tropas americanas. Pero fueron lo suficientemente listos para darse cuenta de que no les hacía falta hacerlo. Ellos podían ganar en su lugar una batalla de ideas.
Su estrategia fue audaz: Tendrían como objetivo a sus enemigos – “ocupantes”, “infieles” y “colaboradores” – sólo de forma oportuna y esporádica. Su arma más letal, el terrorista suicida, se usaría contra iraquíes comunes y corrientes, en los mercados, haciendo cola para buscar trabajo, sentados en cafés.
Uno podría haberse esperado que la mítica “calle árabe” explotaría al ver la matanza de sus semejantes árabes. No explotó. Los musulmanes en el mundo entero deberían haberse encolerizado al ver a los creyentes de su misma fe asesinados a sangre fría. Pues no se encolerizaron. Tampoco los europeos se sintieron escandalizados ante la masacre de inocentes. Por el contrario, muchos expresaron algo cercano a la admiración sobre lo que persistían en llamar la “Resistencia”.
Los medios de comunicación, por su parte, no fueron diligentes en informar sobre las afiliaciones, motivos y estrategias de los asesinos – a los que se referían como “insurgentes” o “militantes” o algo igualmente acrítico. Hablaban de “la violencia” y de la “situación de seguridad” como si la causa de la sangría no fuese debida a personas, grupos o regímenes específicos, sino a la fuerza de la naturaleza como un huracán o un tornado.
La Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado permitieron que este sesgo informativo siguiera adelante prácticamente sin cuestionarlo y que finalmente que se convirtiese en la “narrativa” dominante. ¿Qué deberían haber hecho más bien? Podrían haber descrito la verdadera situación – con vigor y sin descanso – de que despiadados fanáticos estaban matando intencionadamente a iraquíes inocentes; que la gente civilizada no justifica semejante barbarie, no importa la causa o la queja; que la gente de principios lucha contra la barbarie y la derrota.
En un programa de radio de la BBC, un entrevistador me preguntó si yo estaba de acuerdo en que la situación en Irak era terrible: Yo le dije que pensaba que sí: Iraquíes no combatientes – hombres, mujeres y niños – están siendo asesinados en grandes cantidades. De modo que, añadí, con toda seguridad lo que no debemos hacer es entregar el país a aquellos que están enviando a los asesinos. Sorprendido, me dijo que la presencia de los americanos era responsable de la violencia. Le pedí que fuese más preciso: ¿Es el ver americanos lo que provoca que se maten mutuamente? ¿O es quizá nuestro olor corporal? Un segundo aspecto, también muy capcioso, de la estrategia antiamericana y antiiraquí ha sido avivar luchas sectarias, sabiendo que los americanos no querrían verse inmersos en una guerra civil. Hace un año este mes, la Mezquita Dorada de Samarra – el santuario más sagrado de los chíitas en Irak – fue objeto de un atentado bomba. Fue un golpe de lucidez estratégica. Una vez más, el furor internacional contra los depredadores quedó en mutismo (Nada que ver com las protestas como respuesta, por ejemplo, en los intentos israelíes de arreglar una rampa cerca de la mezquita de al Aqsa en Jerusalén). Pero los iraquíes chiítas, que hasta entonces se habían aguantado a pesar de los repetidos ataques, recurrieron a las milicias para protegerse y vengarse de los que vieron como sus vecinos sunníes cómplices.
Habiendo perdido tantos choques de percepciones, Estados Unidos ahora ha tenido que cambiar su estrategia para el choque de armas. Bajo un nuevo comandante, el general David Petraeus, las fuerzas americanas no sólo están entrenando a las fuerzas iraquíes a que “se defiendan para que los americanos puedan retirarse” sino que en realidad están tratando de dar seguridad a los residentes de Bagdad, despejando la zona de terroristas y manteniéndolos fuera.
Para conseguir eso hará falta aplicar sofisticadas técnicas de contrainsurgencia, tema sobre el que Petraeus literalmente ha escrito el libro. Pero más allá de hacer progresos, Petraeus necesita mostrar que progresa a través de los medios de comunicación para que lo sepa el mundo: Una célula terrorista eliminada, un alijo de armas confiscado, una cámara de tortura localizada, un vecindario estabilizado, un mercado lleno de gente que ya no teme que la maten antes que llegue la tarde. Dedos manchados de tinta morada una vez al año no será suficiente.
El enemigo sabe lo que tiene que hacer en respuesta: Llenar de cadáveres las calles de Bagdad. Si los muertos son americanos, tiro directo en el blanco. Pero si se trata de iraquíes comunes y corrientes yendo al trabajo, llevando a sus hijos al colegio o comprando arroz para la cena, eso también se puede usar como proaganda de victoria. La “comunidad internacional” dirigirá su furia no contra los asesinos sino contra los valientes que les hacen frente. ¿No es eso algo perverso, ilógico e inmoral? ¿No es una locura? Claro que lo es. Pero la mayoría de la gente no entenderá el porqué hasta y a menos que la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado aprendan a librar una batalla por las ideas más eficaz.