¿Con cuánta frecuencia ha oído Ud. a los periodistas diciendo a los políticos que deberían admitir sus errores en vez de dar una respuesta ambigua o de encubrirlos?
Y cuando un periódico importante comete un error, ¿cómo se encargan del asunto?
El domingo 10 de Diciembre, la sección Outlook del Washington Post publicó una noticia sobre la Comisión Baker-Hamilton y sobre el debate que hubo dentro “del grupo de consejeros expertos” acerca de si el Presidente Bush debería “establecer contactos con Irán y Siria”.
El Post informaba que aunque la Casa Blanca ha rechazado este enfoque desde hace tiempo “casi todos los 44 expertos que trabajaron en el informe lo apoyaban. Sin embargo dos conservadores que se resistían a esa conclusión – Clifford May, ex portavoz de Comité Nacional del Partido Republicano y Reuel Marc Gerecht del American Enterprise Institute – necesitaron extra persuasión para convencerlos. En una serie de correos electrónicos, James Dobbins, ex diplomático y principal arquitecto de la reconciliación afgana (ahora trabaja para Rand Corp.) argumentaba a favor de los contactos... Al final, persuadieron a May pero no a Gerecht”.
Pues no, en realidad no me persuadieron. Creo que queda patente en el filtrado intercambio de correos electrónicos que el Washington Post publicó.
Por ejemplo, le pregunté a Dobbins si los diplomáticos americanos que se sentasen con los iraníes tendrían tanto “palos como zanahorias”. ¿Que les ofreceríamos? ¿Habría una “amenaza implícita de terribles consecuencias si los iraníes interpretasen ese acercamiento como desesperación de nuestra parte?”
Dobbins respondió que “las zanahorias son un Irak estable, cordial con Irán y sujeto a la influencia iraní, aunque bajo ninguna circunstancia sería un estado cliente, y una disminución de las iniciativas americanas para desestabilizar y deslegitimar al régimen de Teherán. Los palos son en gran parte lo contrario o sea guerra civil en Irak, un aumento en el descontento por parte de las minorías en Irán y hostilidad continuada de Washington”.
Yo respondí: “Eso me suena a pocas zanahorias para hacer una ensalada, a poquísimos palos para hacer una fogata”.
Al Post no le pedí que publicara una rectificación. Pero sí le escribí una carta breve al editor en un intento de corregir inexactitudes. También registré una segunda queja, el artículo me describía solamente como un “ex portavoz de Comité Nacional del Partido Republicano” a pesar de que durante los últimos 5 años he presidido un instituto bipartito de política exterior, que he servido en el Committee on the Present Danger que también es un instituto bipartito de política exterior y además de haber sido corresponsal extranjero del New York Times. Las pertinentes credenciales de Gerecht – ex operativo de la CIA en Oriente Medio – también se omitieron.
Cuando abrí la sección Outlook el domingo, mi carta no estaba allí. Me puse en contacto con el defensor del lector del Post. Le dije que aunque no era la gran cosa, los lectores del Post habían sido llevados a conclusiones erróneas sobre mi posición (pese a que el respetado bloguero Paul Mirengoff había desenmarañado la tergiversación de la verdad para los lectores de su blog Powerline de forma rápida y acertada). ¿No debería el Post querer aclarar esta historia? La respuesta que recibí fue: “La autora del artículo discrepa de su carta”.
Les volví a escribir: “Ella sostiene que efectivamente yo he sido “persuadido”... que me persuadieron y que cambié mi punto de vista. ¿Cómo puede saber ella eso? ¿Y cómo podría yo no estar consciente de ello? Para que ella esté en lo correcto, ¿no sería necesario que ella tuviera no sólo capacidad periodística sino también los poderes de una adivina? Y para que yo mismo no estuviera en lo correcto, ¿no tendría que estar sufriendo amnesia?
Finalmente, en un intento por hacer que este fastidio desapareciese, me informaron que mi carta probablemente se publicaría en una página sabatina llamada “Free For All” (Gratis para todos), un espacio en el que los lectores pueden, metafóricamente hablando, subirse a una tribuna y gritar sus opiniones, no importa lo chifladas, estrambóticas o excéntricas que sean. Dije que a duras penas podía creer que fuese la forma apropiada de corregir la descripción incorrecta de opiniones defendidas por alguien que estuvo en una comisión que informaba a la Casa Blanca.
La mayoría de los lectores de la sección Outlook los domingos en el Washington Post probablemente no verán mi carta. No sabrán toda la historia. Pero Ud. sí y eso es como un pequeño consuelo para mí.