Tuve el privilegio de servir como uno de los “expertos” consejeros del Grupo de Estudio sobre Irak (Iraq Study Group, ISG por sus siglas en inglés) junto con ex embajadores y operativos de la CIA, oficiales retirados de las fuerzas militares y distinguidos académicos. Fue una experiencia estimulante, edificante pero, finalmente decepcionante.
Estuvimos divididos desde el principio: Una minoría pensaba que la misión era encontrar una forma de progresar en Irak; la mayoría pensaba que la misión era encontrar una forma de salir de Irak, una forma de sortear lo que ellos veían como la derrota inevitable de Estados Unidos.
Los protagonistas del ISG, presidido por James Baker and Lee Hamilton acabaron dividiendo la diferencia. Le pusieron de título a su informe: “La forma hacia adelante – Un nuevo enfoque”. Pero sus 79 recomendaciones no dan como resultado un plan innovador o robusto para salvar una situación difícil. Más bien lo que proponen es la rendición en cámara lenta, o sea, no salir corriendo ahora sino algo así como ir saliendo y escabullirse en 2008.
No soy un iluso sobre lo que se puede lograr en Irak. Hemos cometido demasiados errores en un país que sufre demasiadas patologías y que está rodeado de demasiados vecinos malévolos. La visión primigenia del Presidente Bush de ayudar a los iraquíes a construir una nación que fuese “un ejemplo inspirador para los reformistas en la región” ya no parece asequible. Pero hay un término medio entre lograr la “victoria” así definida y resignarnos al catastrófico fracaso con ramificaciones que se sentirán durante décadas.
Ese término medio es algo en lo que tanto Bush como el ISG están de acuerdo que debiera ser ahora nuestro modesto objetivo: ayudar a los iraquíes a construir un estado decente que pueda “gobernarse, sostenerse y defenderse por sí mismo”. Seguramente que hay formas de llegar allí desde aquí, formas que el ISG no le recomendó al Presidente.
Podríamos empezar estabilizando Bagdad – como dijimos que lo haríamos. Cuando Estados Unidos dice que va a hacer algo, no debería significar que lo vayamos a intentar por un tiempo y que después lo dejemos. Si estabilizar Irak exige más soldados – o diferentes comandantes – envíenlos. Una victoria en la Batalla de Bagdad, el área más diversa de Irak con más de un cuarto de la población del país, tendría grandes y beneficiosas consecuencias.
Segundo, estamos en guerra contra al Qaeda y las fuerzas más letales de al Qaeda están en Irak. De modo que debemos quedarnos y luchar contra ellos en Irak. Nosotros no huimos del campo de batalla.
Tercero, cuando echamos a Saddam Hussein de sus palacios, pensamos que habíamos destrozado su régimen. Craso error. Sigue haciendo falta que busquemos hasta dar con los insurgentes baazistas.
Cuarto, tenemos que ocuparnos de los regímenes en Irán y Siria. Eso significa que finalmente demostremos que podemos hacerles daño y que lo haremos si ellos siguen conspirando para matar americanos e iraquíes que trabajen con nosotros. Una vez que hagamos eso, una vez que entiendan que tenemos el poder y la voluntad de enfrentarlos, sentarse a hablar con ellos podría ser algo lógico.
Quinto, intensificar y acelerar el entrenamiento de las fuerzas iraquíes para que más temprano que tarde, ellos puedan hacerle frente a los chicos malos por sí mismos.
Sexto, nosotros actuamos como un mediador honesto entre las comunidades sunní y chiíta de Irak. ¿Quién más puede hacer ese papel? Puede ser que estos pueblos necesiten unos muros de separación para ser buenos vecinos – ya hay un proceso de separación en marcha. Podemos hacer que el proceso sea menos doloroso y peligroso. Tenemos que tomar en consideración lo que Michael O’Hanlon, académico de la Institución Brookings llama el modelo bosnio: Cada grupo étnico-religioso de Irak establecería su autonomía dentro de un estado iraquí unitario. La riqueza petrolera sería compartida con todas las áreas que cooperen con el país y que sean estables.
Los iraquíes no son un caso perdido. Pero los insurgentes, terroristas y escuadrones de la muerte han sabido usar la violencia de forma eficaz para persuadir a muchos de que abandonen sus sueños de libertad a cambio de seguridad. Esa violencia fabricada para consumo televisivo ha logrado que los americanos también pierdan la esperanza.
George Orwell escribió que “La forma más rápida de acabar una guerra es perderla y si uno encuentra intolerable la perspectiva de una guerra larga, es natural que no se crea en la posibilidad de victoria”.
Precisamente así es como mucha de la clase política ve el conflicto en Irak. Pero la mayoría de americanos no está de acuerdo. Las encuestas del Gallup han detectado consistentemente que no menos del 60% de los americanos creemos que Estados Unidos no ha sido derrotado y que aún podemos ganar. El próximo mes, el Presidente Bush tendrá lo que probablemente sea su última oportunidad para decirles a los americanos que sí tienen razón; que podemos progresar en la Batalla de Irak y en la más amplia guerra contra los enemigos de la libertad en el siglo XXI; que tiene una nueva y muy mejorada estrategia que merece nuestro apoyo renovado.