Irak es un lío. Hemos llegado a esa conclusión porque prácticamente todos los días vemos a iraquíes inocentes asesinados por terroristas suicidas. De todas las respuestas posibles, la más perversa puede ser ésta: Proponer que los americanos se retiren de Irak, abandonen a esos iraquíes inocentes a la dulce merced de los que envían a los terroristas.
Sin embargo, eso es lo que los americanos apoyan ahora, quizá porque han sido persuadidos para creer que cuando los sunníes y los chiítas se matan, los americanos tienen la culpa. Pidiendo disculpas a Carly Simon: Somos tan presumidos que probablemente pensamos que esta lucha sectaria es por nosotros.
Una insurgencia liderada por los fieles seguidores de Saddam Hussein también ha exacerbado la situación en Irak. Si los insurgentes tienen éxito y echan a los americanos fuera del país, Saddam estará encantado pero quizá no esté sorprendido. Él ha mantenido por mucho tiempo que a Estados Unidos le falta la voluntad de ganar ante un enemigo decidido. Hace años dijo a los americanos: “Ustedes tienen una sociedad que no puede aceptar 10.000 muertos en una batalla”.
Muchos americanos no ven relación alguna entre el conflicto en Irak y la guerra de Estados Unidos contra el movimiento islamista militante. El lugarteniente de Osama bin Laden, Ayman al-Zawahri, diría que está en desacuerdo con esa idea. Él ha definido Irak como uno de “los dos frentes de batalla más importantes” en la guerra mundial que se libra hoy.
El otro frente clave es Afganistán. Si Estados Unidos aceptara la derrota en Irak, ¿cuántos ataques suicidas más en Kabul harán falta para que Estados Unidos y sus aliados también se batan en retirada de este frente vital aunque mucho menos estratégico?
Después de eso, deberíamos contar con que Pakistán – aliado de los islamistas militantes hasta que los talibanes fueron aniquilados por las fuerzas americanas hace 5 años ya esta semana — cambie de lado nuevamente. Pakistán ya tiene armas nucleares y durante los años 90 hizo la vista gorda mientras su más importante científico nuclear compartía tecnología nuclear con algunos de los peores tiranos del mundo. ¿Cómo lograríamos evitar que se reanudara todo eso?
Los gobernantes de Irán, ahora en flagrante violación de los acuerdos internacionales por desarrollar sus propios misiles nucleares, se convencerían de que el ayatolá Jomeini, el Lenin de la revolución islamista militante, tenía razón cuando afirmaba en 1979 que provocar a Estados Unidos no implica mayor riesgo porque “Estados Unidos no puede hacer nada”.
La percepción de debilidad americana también está inspirando a Siria, el socio menor de Irán, para probar a ver qué tan lejos puede llegar. Esta semana fue asesinado Pierre Gemayel, miembro del gabinete, que pertenecía a una importante familia cristiana y era crítico de Hizbolá y Siria, clavando así un largo clavo en el ataúd de la incipiente democracia del Líbano.
El asesinato de Gemayel le dice al mundo que Hizbolá, Siria e Irán no se sienten obligados a respetar ni las más básicas leyes internacionales. ¿Quién en la llamada comunidad internacional los va a contradecir? El Papa ha criticado el asesinato pero ¿cuántas divisiones tiene él?
Dentro de poco, cuenten con que naciones musulmanas relativamente moderadas como Jordania y Bangladesh hagan sitio a aquellos que proyectan poder con gran éxito. Y cuente con que se distanciarán de aquellos que no lo proyectan.
Irak es un lío. No se ha convertido, como esperaba el Presidente, “en un país que pueda sostenerse por sí mismo, en un país que se pueda gobernar a sí mismo, en un país que se pueda defender por sí mismo y en un país que será un aliado en la guerra contra estos extremistas”.
Los terroristas suicidas y los artefactos explosivos detonados con abrepuertas de garage sorprendentemente han resultado ser armas efectivas: aunque no son decisivas en ningún campo de batalla, han erosionado la voluntad de lucha de Estados Unidos.
Pero porque la “victoria” como alguna vez la definió Bush ahora parece tan lejos de alcanzar, no significa que la solución sea salir corriendo – ni siquiera salir caminando, según esa política eufemísticamente llamada “retirada escalonada”. Se pueden conseguir objetivos más modestos pero significativos.
Podemos seguir luchando contra los insurgentes saddamistas y contra los terroristas de Al Qaeda donde sea que los encontremos – y los encontramos en Irak. Podemos acelerar el entrenamiento de las fuerzas iraquíes. Podemos hacer lo que sea necesario para estabilizar Bagdad, tal y como nos hemos comprometido a hacer pero en lo que hasta ahora hemos fracasado porque no se han dedicado los suficientes recursos para la tarea.
Y respecto a la violencia sectaria, nuestra presencia no es la causa y nuestra ausencia no será la solución. Si seguimos haciendo el papel de mediador honesto entre las comunidades chiítas y sunníes, seremos capaces de prevenir que el conflicto se convierta en una guerra civil total.
No hay buenas opciones en Irak. Solamente hay malas opciones y peores opciones. Esperemos que el Presidente Bush y los nuevos líderes demócratas del Congreso sean lo suficientemente sabios como para distinguir entre las dos.