El gran dramaturgo ruso del siglo XIX, Anton Chekhov, hablaba de una regla de teatro: Si una pistola cargada aparecía en el primer acto, esa pistola sería disparada antes de que bajaran el telón. Es una regla del teatro mundial: Si estados canallas como Corea del Norte e Irán obtienen armas de destrucción masiva , debemos esperarnos que finalmente las disparen, con toda la muerte y destrucción que eso conlleva.
Por esta razón, prevenir la proliferación de armas nucleares en regímenes extremos e irresponsables ha sido por largo tiempo una prioridad para los líderes americanos de ambos partidos políticos. Pero la efectividad de una estrategia para mantener estas armas fuera de las garras de los déspotas nos ha sido esquiva.
En 1994, la Administración Clinton se sentó con los diplomáticos norcoreanos y llegaron a un acuerdo: Estados Unidos daría miles de millones en ayuda – cantidades masivas de comida, fuel y hasta dos plantas nucleares de energía atómica a cambio de la promesa de Pyongyang de que detendría su producción de armas nucleares.
Clinton se fió pero no verificó. El régimen norcoreano estaba burlándose del acuerdo, “desde antes de que se secara la tinta” según las palabras de John Bolton, embajador americano ante la ONU.
La Administración Bush ha intentado abordar el asunto de manera distinta: diplomacia multilateral, conversaciones sin fin y sin que nadie logre decir algo que sea muy persuasivo para Kim Jong Il, el despiadado y excéntrico dictador que ha hecho de Corea del Norte un infierno viviente para la mayoría de sus ciudadanos.
¿Qué viene ahora? Muchos críticos de Bush, irónicamente, están haciendo llamamientos para que Bush actúe unilateralmente: aceptar otra ronda de conversaciones directas entre diplomáticos americanos y norcoreanos. Y eso nos lleva a la pregunta: ¿Qué diríamos en ese cara a cara? ¿Qué ofreceríamos? ¿Qué estaría amenazado? Sin buenas respuestas, las negociaciones no pueden ser productivas.
Las sanciones contra Corea del Norte – bajo los auspicios de la ONU – es la ruta que la Administración Bush está siguiendo. Para que tenga mordiente, hace falta que incluya un estricto embargo de todo material militar y la autorización de inspeccionar los barcos que entran y salen de Corea del Norte así como decomisar toda carga ilícita que se descubra. Eso podría evitar que Corea del Norte exportase armas nucleares a los terroristas – un resultado útil. Pero eso no va lo suficientemente lejos.
¿Qué más hace falta? Que China use su considerable peso político para frustrar la ambición de liderar un estado con armas nucleares que tiene Kim, algo que debería haber hecho hace mucho tiempo ya. Para convencer a China de hacer lo correcto hará falta no sólo esfuerzos diplomáticos sino presión diplomática.
Por ejemplo, deberíamos poner muy en claro para los líderes de China que si no impiden que haya una Corea del Norte nuclear, nosotros no impediremos que haya un Japón nuclear, por el contrario, alentaremos que tomen ese curso. Y quizá, Taiwán también pueda ser asistido a seguir ese camino. Deberíamos explicar que los países libres y democráticos tenemos el derecho de disuadir y poder defendernos de las dictaduras con intenciones hostiles y capacidades en aumento.
Los líderes de China también deberían ser informados de que Washington tomará en consideración los pasos que hagan falta seguir para empujar al régimen de Corea del Norte hacia el colapso que tanto merece. Si esto sucediera, los funcionarios chinos tendrían que lidiar con una enorme crisis de refugiados al igual que con la oportunidad de intentar “construir una nación”(nation building).
Los Juegos Olímpicos de 2008 deberían estar en juego. China es anfitriona de los Juegos. Serán todo menos un éxito rotundo si los atletas de Estados Unidos y sus aliados se niegan a asistir.
Finalmente, deberíamos recordar a China que el vibrante crecimiento económico que ha experimentado en estos últimos años ha dependido en gran medida por su acceso a los mercados americanos. Eso también estára en peligro si China se niega a cooperar. Las naciones europeas también podrían poner los principios antes que las ganancias, algo improbable pero no inimaginable.
En más de una ocasión, el Presidente Bush ha dicho que no permitirá que los peores dictadores del mundo adquieran las armas más peligrosas del mundo. En este tema, aunque no lo tenga en otros, Bush merece apoyo bipartito.
A los líderes chinos hay que demostrarles que los americanos van en serio con su decisión de no permitir que estados canallas adquieran armas nucleares. Los gobernantes de Irán también necesitan ver que hay límites contra los que no se puede empujar a los americanos.
La alternativa es que maniáticos y tiranos se pavoneen en el escenario mundial agitando sus armas nucleares en nuestra cara. Según Chekhov o el simple sentido común, no deberíamos hacernos muchas ilusiones sobre cómo suelen acabar estos dramas.